Cap. 4: Sacrificios (parte 1)
Kaoru había necesitado el ciento veinte por
cien de su valentía para tomar su decisión, el doscientos por cien para abrir
el portal que le conduciría al otro mundo, y el mil por cien más no parece
suficiente para decidirse a reintroducirse entre las ramas espinosas del
arbusto que la trasformaron la primera vez.
Acompañada por una comitiva de solícitos
horrores, asombrados por la iniciativa que salvaría a su mundo, quiso descender
a la cámaras secreta bajo el arbusto, previo a entregarse a su futuro.
Sólo había una cámara, enorme, ocupada casi
por completo por el gigantesco cuerpo de Meshia, incorrupto, pero con evidentes
signos de desgaste. O, en este caso, de consumición. Cientos o miles de tallos
blancuzcos se introducían en él y bombeaban hacia arriba la materia semilicuada
que fuera el cuerpo de la Reina, que así continuava nutriendo a sus hijos a
través de la vegetación espinosa propia de este mundo.
El inmenso cadáver tenía una parte del cráneo
destrozado. Se habían visto obligados a hacerlo para poder incar en el cerebro
el tallo único que suministra al arbusto espinoso que está esperando abrazar a
Kaoru.
Consciente de que Meshia era el sustento de
este mundo, Kiva mandó construir la cámara para albergar a su cuerpo hechizado.
La Reina, incluso inconsciente, se autoproveía de la energía que necesitaba,
por lo que no requería de mantenimiento alguno. Un ser extraordinario. Sólo
después de su muerte, tras ser reintroducida en la cámara, empezó a consumirse,
aunque no a corromperse. Sólo después de muerta dejó de concebir y dar a luz a
los hijos de Kiva, y muchos quedaron abortados por el suceso. Y sólo su muerte
trajo el desequilibrio a su mundo.
Y aquí está Kaoru ahora, lista para tomar el
relevo.
¿Tener hijos horrores también entra en el
lote? Ella no había contado con ésto. Por fortuna, ya no hay un macho adecuado
para realizar tal función. O éso espera.
Sus recuerdos prestados la remontaron mucho
más atrás en el tiempo, antes de Kiva, cuando Meshia había tomado parte activa
en la procreación. Los padres fueron machos Bariri a los que ella había
diseñado para este propósito, e hizo lo que quiso con los embriones y fetos. Ni
siquiera los horrores sabían que a menudo fueron alimentados con los restos de
sus congéneres que resultaron experimentos fallidos. Kaoru tuvo una arcada. La
perversa creatividad de Meshia había sido la causa de tanta variedad de
atributos entre los horrores.
Incluso mucho antes, los Bariri fueron el
producto de varias razas fracasadas, todas las cuales fueron fruto de los
múltiples experimentos que Meshia hizo con los habitantes originarios de este
mundo, hasta exterminarlos.
En un rincón había cadáveres humanos. Los
horrores le explicaron que habían hecho pruebas con mujeres embarazadas, con la
esperanza de que alguna aceptase la sangre de Meshia, pero todas murieron entre
las ramas del arbusto espinoso. Kaoru es única.
Ella miró el tallo que se clavaba en el
cerebro con el corazón desbocado, combatiendo con todas sus fuerzas su apremio
por huir. Se apoyó en la cabeza de su predecesora cuando vio que su ánimo
flaqueaba. Ya no había marcha atrás. El portal del templo sólo se abre desde el
otro lado, y los horrores no iban a dejarla escapar. Está atrapada. Ella misma
entró en la trampa a sabiendas. ¿Por qué ahora es incapaz de recordar las muy
buenas razones que la indujeron a dar semejante paso?
Buscó culpables. El anónimo hombre que se la
llevó del hospital y le proporcionó paz suficiente para tomar la decisión,
aunque en ningún momento él le hubiese sugerido ninguna acción en concreto.
Recordó que, mientras se aterrorizaba con lo
que su corazón le decía que debía hacer, con su guardián al otro lado de la
puerta, uno de los Seres Luminosos que se llevaron a Meshia para siempre
apareció frente a ella.
Primero, el ser le hizo analizar sus
sentimientos, y luego la propuesta que emanaba de su interior. Entre llantos,
rebeliones e insultos, Kaoru logró deducir que si no aceptaba su propia
propuesta, la humanidad sería exterminada y sustituída por horrores. Estos, a
pesar de su prolongada esperanza de vida –unos cuatrocientos años– acabarían
también extinguiéndose al no poder criar a su prole.
Pero el Ser Luminoso, uno de los que en otro
tiempo fuera miembro de la especie que Meshia usó para sus horrendas
manipulaciones, guió su mente entre los recovecos de sus recuerdos hasta que la
hizo descubrir otras razones, incluso mejores que ésas.
Para bien o para mal, los horrores eran los
descendientes de los primitivos habitantes de éste mundo. Meshia les había
arrebatado su libre albedrío, y al hacerlo, los condenó. Según El, estos
desdichados seres pueden ser liberados y reincorporados a la corriente cósmica
con un programa a largo plazo cuidadosamente estudiado, pero primero tienen que
sobrevivir. Además, su mezcla con la humanidad complicaría el plan hasta lo
indecible, al involucrar a la especie causante del desatino (Meshia fue humana
en su origen) y el peso de su inmensa transgresión imposibilitaría a la
humanidad para liberarse a sí misma.
Cierto, añadió el Ser Luminoso, la humanidad
se ha buscado este destino, pero los horrores no. Además, los humanos están
empezando a pensar en algo más que en sí mismos, proceso que para la mayoría
sería abortado por la invasión inminente. Una pena.
La comprensión de todo ésto provocó un llanto
intenso en Kaoru, que ella sabía que era su despedida del mundo que conocía.
Así, con el recuerdo recuperado, la joven
reencuentra la fuerza que le había permitido tomar su decisión, y se endereza.
Los horrores que la acompañan la observan con
interés. Siente lo que ellos sienten: si ella se arrepiente, peor. Seres
condenados a no sentir jamás ni un ápice de bondad, ni de felicidad, por obra
de un ser abominable. Ella se apresta a recoger el testigo, con la repugnancia
horadando su cuerpo, y sin embargo, de algún modo sabe que ha nacido para ésto.
Y no debe preguntarse por qué es así, ahora no, por si volvieran a fallarle las
fuerzas.
Debe apresurarse, antes de que...
Ahora, escoltada por una guardia de horrores,
y observada por varios miles de ellos por tierra y aire, contempla al ominoso y
pálido arbusto. La agresión de sus espinas es larga y profunda, ella recuerda
bien el dolor que sintió la primera vez.
Algo la distrae. Uno de los horrores de su
escolta desconfía de ella cuando se convierta en la Reina. Los humanos son
inestables y teme que ella pueda tener arranques de bondad. ¿Cómo podrían ellos
soportarlo? El sabe que sólo así lograrán sobrevivir, pero teme los cambios que
puedan producirse. Un horror lúcido, juzga Kaoru, y un posible enemigo. No. El
sabe que serán impotentes para evitar cualquier cosa que a ella se le antoje.
Kaoru advierte más pensamientos que le llegan,
los cuales no había captado antes porque estaba demasiado centrada en sí misma.
Consideraciones sobre cómo educar a una reina humana; quienes serán los elegidos
para convertirse en reproductores; ¿quedarán ellos exiliados cuando nazca una
nueva raza, como hizo Kiva? Lo tienen claro, ironiza para sí la joven, será la
Reina y hará lo que quiera. No puede aparentar debilidad ante ellos. Pero, como
mostrarles gran firmeza evitando la imposición agresiva, es algo que aún no
sabe.
Con una profunda inspiración, y aún con
algunas lágrimas en los ojos, vuelve a concentrarse en lo que debe hacer, antes
de que sus acompañantes se impacienten.
No sabe qué fuerza la hace andar hacia el
arbusto espinoso a pesar de su terror, pero paso a paso, avanza hacia su
destino.