Cap. 2: Asedio (parte 1)
La belleza del Parque Nikko no puede hacer otra cosa que inspirar a los treinta estudiantes. Tres profesores atienden a alumnos repartidos por distintos puntos, intentando plasmar en sus cuadernos de dibujo su personal interpretación de cualquier aspecto o punto del parque.
Salir de la ciudad todo un día es para Kaoru refrescante, lejos del bullicio de la escuela. Y lejos de todo lo que le recuerda a los horrores. Sin embargo, el hermoso paisaje tiene un matiz inquietante. ¿Por qué le parece que hay más sobras que las proyectadas por los árboles bajo el sol? Sacude la cabeza para expulsar sus sospechas y se dirige hacia una de sus estudiantes favoritas, sentada en un puente, para ver si ha descubierto por fin qué es lo que quiere dibujar.
Casi ha llegado al puente y el sol la inunda, pero la oscuridad se cierne sobre ella. ¿Horrores, aquí? Muy despacio se acerca a su alumna y observa el dibujo: dos siluetas humanas, una de pie y otra sentada, esta última con un bulto en brazos. ¿Por qué habrá elegido dibujar a gente?
Al otro lado del puente, Kaoru descubre a los modelos: una pareja con un bebé. La están mirando, y la que está sentada se levanta, contrariando a la estudiante. Kaoru suspira. Por nada del mundo quiere que sus alumnos sufran el más mínimo daño de modo que, una vez más, se resigna a hacer de restaurante ambulante.
Kaoru cruza el puente sin prisa y sin pausa hasta situarse delante de la pareja. Ya ha logrado controlar la emisión de energía, así como la aparición de los apéndices óseos de los dedos, lo cual le permite conducirlos a un lugar más reservado, tras un tupido macizo de arbustos. Los dos Bariri dejan al descubierto su vientre, y su nódulo de saciedad se hincha y se proyecta hacia delante para recibir su alimento. Pero cuando la cansada muchacha da media vuelta para irse, una voz femenina la detiene.
– ¡Espera! Tienes que activar a nuestro hijo.
– ¿Qué...?
Kaoru se interrumpe al acudir en su auxilio los recuerdos de Meshia. Los Bariri són algo parecidos a los marsupiales: el hijo se forma dentro de la madre pero no tiene un momento clave de nacimiento; entra y sale hasta que termina su formación, momento en que es demasiado grande para regresar al seno materno. En ese momento necesita que Meshia le de su primera “comida” independiente: la energía alimenticia habitual sazonada con sangre de la propia reina.
El pequeño hace días que se halla insconsciente y al borde de la muerte celular. Kaoru no puede hacer nada por él, ni quiere hacerlo.
– Sabéis que yo no soy Meshia, mi sangre no sirve. ¿Por qué no regresáis a vuestro mundo? Su cadáver aún es capaz de daros lo que necesitáis.
– ¿Por cuánto tiempo? –inquiere el hombre.
– Sabíamos que nos arriesgábamos mucho procreando, pero tú sabes que tenemos que adaptarnos a vivir aquí. Necesitamos a nuestra reina.
El tono de la mujer está tan cargado de amenazas que Kaoru descubre que es capaz de saber qué piensan. No son sentimentales y no les preocupa que el niño muera, pero se hallan genuinamente involucrados en su propia supervivencia y en la de su especie.
La están tanteando. Según como reaccione, idearán un plan para secuestrarla y obligarla a reasumir el papel de Meshia. Saben que no lo es, pero lo único que les importa es que haga lo que ella hacía: estar disponible para ellos. Puede leer sus temores que ella, una vez convertida, se rebele y los destruya. Sabe que no podrían sedarla si fuese necesario para mantenerla sometida, porque el alma de Meshia fue arrancada con parte de su mente, y sería ella, Kaoru, la única dueña y señora de sus vidas y de sus muertes. Aún así, mejor es arriesgarse a ello que a la extinción. La pareja tiene que acudir a una reunión de “apicultores en crisis” mañana, donde informarán de la respuesta de la que, por dos veces, fue huésped de la Reina.
Un temblor recorre el cuerpo de Kaoru al comprender la gravedad y extensión de la conspiración. Error: los Bariri se han dado cuenta.
– En atención a lo que de Meshia queda en ti –dice el hombre– te lo estamos pidiendo. Pero si tenemos que obligarte, lo haremos. Estamos dispuestos a destruir el Templo de las Tinieblas para mantenerte encerrada en nuestro mundo para siempre.
Kaoru contraataca aprovechándose de los miedos que les ha descubierto.
– ¿No sabéis lo que les sucede a los humanos cuando pierden la esperanza? No sólo pierden el instinto de autoconservación, sinó que además no les importa destruir lo que sea. ¿Cómo evitaríais que yo os matara a todos antes de suicidarme?
– Se impondría una huída masiva hacia vuestro mundo. Y tendríamos que adaptarnos a comer humanos. ¡Tenemos derecho a sobrevivir y nadie, ni siquiera tú, lo impedirá!
De pronto, una mano de la mujer sale lanzada hacia el aire, atrapando a una imprudente avispa, y llevándosela a la boca. Kaoru, agradeciendo la distracción, simula descubrir algo.
– ¡Sóis vosotros los que hacéis desaparecer las abejas!
– Lástima que sean tan pequeñas. Estamos intentando guardar algunas para criarlas, pero cuando el hambre acucia... ¡Y su reina es exquisita!
– Por éso –añade la mujer– tenemos que desplazarnos a las ciudades. Los hijos de Kiva las prefieren. Nunca entenderé cómo puede gustarles la carne humana.
– Porque Kiva fue humano en sus orígenes –responde el hombre– ¡Estúpidos mestizos!
– Deliciosos estúpidos mestizos –puntualiza la mujer.
Los hijos de Kiva, los horrores “normales” nacidos de la unión entre el tenebroso Kiva y la hechizada Meshia. Porque ella no pudo intevenir activamente en su desarrollo, nacieron estériles. Ahora, convertidos en el plato favorito de los Bariri, corren peligro de extinción.
Pero los Bariri no quieren extinguirse, y necesitan a su Reina para “activar” a sus crías. ¿Cómo pudo alguien con tanto conocimiento como Meshia crear a un mundo tan dependiente de su ser? ¡Qué gran error! Sin embargo, la respuesta acude en forma de recuerdo: Meshia sabía que había logrado escapar a la muerte y creía que sería eterna. Pero aún más. Estaba determinada a convertirse en diosa, e hizo un mundo a su misma imagen: malvado, violento, manipulado hasta tales niveles que impidió el desarrollo libre de las formas de vida que ella misma creó. Y así determinó su destrucción futura.
Por desgracia, la humanidad va a convertirse en el último recurso de estos seres sin mundo, y no es muy probable que esté preparada para enfrentarse a ello, ni física ni espiritualmente. Los Makai estarán obligados a descubrirse y a extenderse de alguna manera, si no quieren traicionar su misión de protectores.
Y ella, ¿qué puede hacer? Sólo entregarse a manos de los médicos, renunciar a su vida libre, y rezar para que sirva de algo.
Si los Bariri no la secuestran antes.
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