Cap. 1: Acecho (parte 3)
Quiso la suerte, o el infortunio, que Koga se halle presente cuando los dos médicos llegan a la mansión. Aunque ya ha terminado de comer, y en consecuencia es más accesible de lo normal, no le gusta nada la forma en que ambos visitantes miran a Kaoru.
A veces Kaoru maldecía su creciente facilidad para adivinar los pensamientos de su hombre. No puede sinó contemplarlo ahí, sentado con una pierna cruzada sobre una rodilla y ambas manos agarradas a los brazos del sillón, y rogar que no eche a los médicos a patadas. Cuando el doctor Shimizu empieza a aludir a la estancia que ella hizo en el hospital a raiz de haber sido infectada, cree que va a levantarse y a irse, pero se contiene para no dejarla sola a ella.
– Déjeme decirle, señora Saejima –añade el doctor Shimizu– que nos sorprende mucho que siga viva.
– Déjeme decirle, señora Saejima –añade el doctor Shimizu– que nos sorprende mucho que siga viva.
Koga reprime un exabrupto, pero sus ojos son muy elocuentes.
– ¿Saben ustedes –prosigue el médio, ignorándolo– que todos cuantos han sufrido este tipo de lesiones han muerto o están a punto de hacerlo?
Su silencio deliberado sólo sirve para propiciar la rápida respuesta de Koga.
– Hice bien en apartarla de gente tan incompetente.
El médico más joven se siente impresionado por tan bochornosa franqueza, pero la mirada del doctor Shimizu es excéptica. Y dura.
– Puesto que usted sabe tanto –replica éste al dueño de la casa– quizá pueda decirnos qué causó esa terrible herida.
– Lo saben perfectamente: fue un animal.
– Debe tratarse de una especie desconocida –el médico insiste.
Kaoru interviene.
– ¿Cómo puede decir ésto? Cada día se descubren nuevas especies de animales y de plantas. Sólo hay que encontrar la que necesita.
El médico no se rinde.
– Un microbio letal ha infectado a muchas personas, y a éstas las contagiaron otras o bien animales muy diversos. Necesitamos hacerle pruebas, señora, para encontrar la causa de su curación y aplicarla a los que aún viven.
Si el doctor Shimizu fuese telépata se habría sentido abrumado por las fuertes protestas mentales procedentes de la pareja. Los pensamientos de Koga iban a la par que los de ella en este asunto: nunca volvería a ponerse en manos de médicos. No quieren ni pensar en lo que encontrarían en su cuerpo y en su sangre si los estudiaran.
El incómodo y refractario silencio que siguió a la petición del visitante hizo que éste se levantara de su sillón, lo cual imitó su acompañante.
– No se preocupen, ya nos vamos. Pero háganse esta pregunta: a medida que se exienda la epidemia, ¿podrán sopotarse a sí mismos por no haber hecho nada? ¿Qué derecho tienen a llamarse humanos cuando les es indiferente el destino de los demás?
Kaoru se vuelve hacia Koga. Lo siente a punto de explotar. ¿Cómo puede ese médico lanzar tales acusaciones contra alguien que ha consagrado su vida a la supervivencia de la humanidad?
– ¡Me importa un cuerno lo que piense! –le replica Koga de no muy buenas maneras–. No merece otra respuesta.
– ¡Me importa un cuerno lo que piense! –le replica Koga de no muy buenas maneras–. No merece otra respuesta.
Ambos pares de ojos se encuentran, y luchan. La joven posa su mano en el brazo de su marido para distraerlo, mientras se dirige al pobre médico que no sabe dónde se mete.
– Doctor, por favor, no interprete ésto como una negativa a...
– Doctor, por favor, no interprete ésto como una negativa a...
– ¿Ah no? –la interrumpe el aludido con brusquedad–. ¿Cómo debería tomarlo, entonces?
– Como una oportunidad para hacer un descubrimiento aún mayor. Cuando lo haya conseguido, yo seguiré estando aquí.
Koga la mira de reojo. ¿Acaso ella piensa en poner al descubierto el mundo Makai?
Pero la críptica respuesta de ella no complace al médico.
– No sé a qué está jugando, señora, pero quizá cuando termine no quedará nadie dispuesto a escucharla.
Ella baja sus ojos, avergonzada.
– No deje de investigar. Pero si se limita a encerrarse en su laboratorio sólo verá una pequeña parte del cuadro. Lo siento, no puedo decirle nada más.
– ¿No puede, o no quiere?
– Ha llegado el momento de que se vaya. –Koga se ha puesto en pie antes de que Kaoru tenga oportunidad de decir algo más.
Oficialmente expulsados, los dos médicos siguen al mayordomo hasta la puerta. Pero antes de dejar la sala, justo en el umbral, el doctor Shimizu detiene su marcha y clava su mirada en la pareja.
– Quiero que sepan que no voy a darme por vencido –dicho lo cual los pierde de vista.
Tras su marcha Kaoru y su marido se miran, a cuál más preocupado. A los dos les han tocado las palabras del médico. Pero saben que si Kaoru obedece nunca saldrá del hospital, y sin garantía de que encuentren el antídoto que buscan. Por no hablar del montón de preguntas que se les harán y que no podrán responder. ¿Cómo decir que los humanos son tan culpables de la presencia de los horrores como de la ya evidente destrucción ecológica del planeta? Sobre todo, ¿cómo decir que la cosa va a ir a peor? Pero, de alguna manera, habrá que empezar a preparar a la humanidad para lo que se avecina.
La gran ventaja de su gran empatía con Koga es que ahora Kaoru ya no se siente incómoda cuando él reacciona callándose o yéndose. Su mente le ha dicho todo lo que necesita saber y puede actuar en consecuencia. Sin embargo, ahora él se acerca a ella y la abraza, de improviso, como si pretendiera protegerla de lo que está por venir. Ella misma le corresponde, tratando de protegerlo a él.
– Tenemos que hacer algo –le dice ella, con media boca cubierta por el hombro de él.
El no dice nada, pero Kaoru lo siente ponderar la posibilidad de convocar una reunión Makai de urgencia.
– Sí, hazlo.
Koga aparta su cabeza para mirarla. No le gusta que ella lea sus pensamientos sin su consentimiento. Por éso Kaoru intenta no hacerlo evidente, pero ¡maldición! ahora se le ha escapado. Por enésima vez él trata de acordarse de que es una suerte que esta habilidad la tenga sólo ella, y que puede sentirse tranquilo. Renuente consigo mismo, su cabeza se mueve en un único y tenue asentimiento.
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