Capítulo 5: Día “D”
Koga sabe que no está en su mejor momento, por mucho que intente disimularlo. Debería estar entrenándose, pero en vez de éso permanece sentado en el césped del jardín, su espada desnuda abandonada a lu lado. Su mente, lejos de allí, centrado en un bello rostro que indistintamente le sonreía y le maldecía. Zaruba ha dejado de advertirle, convencido al fin que el joven neceita un período de duelo para sanar su corazón.
Pensamientos de muerte lo invaden a menudo. Matar o ser muerto, ¿qué más da?, ambos aportarían algún alivio. Pero no puede hacer nada. Dos veces se ha sorprendrido a sí mismo las últimas noches haciendo maniobras temerarias en sus luchas contra los horrores: Zaruba se lo había reprochado con crudeza.
También ha pensado en emprenderla contra Rei, y así al menos tomaría venganza. Incluso ha considerado obligar a Kaoru a volver, pero sabe que ésto sólo serviría para atraerse la perdición. Ociosos pensamientos, se repite con amargura, pero no puede evitarlo. Está desequilibrado, a fin de cuentas el eje de su vida ha cambiado con brusquedad. ¿Debería pedir el traslado e irse a vivir lejos?
Nunca debería haberse abierto al amor.
Le lleva un buen rato darse cuenta que alguien lo está observando desde poca distancia.
– ¿Qué haces aquí? –Aparta su vista de Kaoru. Ningún entusiasmo, ninguna sorpresa en su voz.
– ¿Cómo estás?
No hay amabilidad alguna en su pregunta. Mejor así, piensa Koga.
– ¿Acaso te importa?
– Claro que sí, tú y yo hemos pasado muchas cosas juntos.
Sus palabras siguen sin ajustarse para nada al tono indiferente de su voz.
– Es cierto.
– Entonces no te molesto, ¿verdad?
Ella se ha acercado hasta permanecer de pie junto a él, pero Koga ni la mira.
– Vete.
– Tan galante como siempre.
Lejos de seguir su mandato, Kaoru se sienta a su lado y sigue hablando.
– Eres único para hacer palpitar de emoción el corazón de una mujer, ¿nunca te lo han dicho? –Al no recibir contestación, ella continua–. Yo debí hacerlo, hace mucho. Te metiste en mi vida hasta lo indecible, y encima creías que me hacías bien. Tuve mucha paciencia. Pero ahora que ya soy libre, no quiero seguir recordándolo. Nunca quise dañarte, y por éso he callado. Incluso ahora no quiero hacerlo, pero mi paz mental exige dejar las cosas claras.
El corazón helado de Koga tiembla ante el tono despiadado y ante las palabras, que le aseguran que su tortura no ha hecho más que empezar. Pero permanece inmóvil, convencido de que no puede evitarlo.
– Koga, ¿por qué no me abandonaste a mi suerte cuando fui manchada por la sangre de horror? ¿O por qué no me mataste? ¿Sabes todo lo que nos habríamos ahorrado?
– Te dije que nunca me arrepentiría. Pero al parecer, tú sí.
La breve carcajada que oye resquebraja su hielo interior. Se frota la cara con una mano. Ella habla de nuevo.
– No exactamente, pero trataba de convencerme a mí misma de que merecías la compasión de almenos una persona, a fin de cuentas tenías buenas intenciones. Hasta que tus brazos convirtieron en una cárcel, cada beso tuyo en un chantage emocional, y tus ansias protectoras en excusas para mantenerme indefensa como una niña. ¿No sabías que tu amor podía ser así de destructivo?
Él la mira por fin, ¿se habrá vuelto loca? ¿Por qué dice estas cosas? ¿De veras él la podido dañarla sin pretenderlo? No sabe si tiene éxito en ocultarle su desmoronamiento. Ningún esfuerzo suyo hacia Kaoru ha servido para nada, si lo que dice ella es cierto. Sus palabran han convertido lo más sagrado de su amor en una farsa. Deja caer su cabeza levemente hacia delante, presa de un agotamiento que no creyó que pudiera existir, sus hombros le siguen, y finalmente se tiende en el césped, mirando al cielo sin verlo.
– Ya me has dicho lo que querías decirme. –Apenas un hilo de voz sale de su garganta.— Ahora, vete.
No le sorprende que ella no se mueva de allí. Al contrario, se medio tiende a su lado y siente su mano acariciando su cabello. No tiene fuerzas para rechazarla.
– En realidad –añade Kaoru, ahora con una pegajosa dulzura– he venido a despedirme. Piensa en ello como un brindis por los buenos momentos que dejamos atrás. –Se inclina sobre él y la besa la frente–. Porque, en mi inocencia, quise creer que te amaba. –Beso junto a la nariz–. Porque defendiste a mis sueños tan fieramente como a mí. –En la comisura de la boca–. Porque quiero agradecerte que, incluso a tu torpe manera, me amaras. –En los labios.
Él no resiste ni reacciona. Sólo cuando se deja abrir la boca y ella la invade, provoca en él una respuesta, aunque carente de afecto –la herida es demasiado profunda– pero enteramente apasionada, la única que le permite su corazón desgarrado. Sus miembros la rodean y se deja llevar donde su dolor quiera conducirle.
Apenas se da cuenta que le arranca parte de la ropa, ni de que le muerde en el cuello. No sospecha nada cuando no puede tumbarla sobre el césped para colocarse encima, ni tampoco cuando los labios de ella, al volver a acoplarse a los de él, parecen tener un tacto raro, y no oye a Zaruba cuando le grita que se defienda. Su alma asciende por su pecho. Arriba, arriba. Más voces que le gritan. Los labios de Kaoru continuan drenando su alma, qué vuela hacia ella, ahí es donde debe estar. Él siente el abandono, algo le falta, algo importante.
El peso desaparece de encima suyo. El sonido inconfundible de una espada cortando carne de horror. Un grito inhumano. ¿Qué pasa? Koga tose con violencia para recuperar el aliento.
Éso en su boca no son los labios de Kaoru. Hacían ventosa y le estaban asfixiando, ¿cómo no se dio cuenta? La cosa se desprende con facilidad y ve a Rei luchando contra Kaoru... o no. Es Kaoru sólo la mitad derecha de su cuerpo. La otra mitad... una criatura grisácea con un desconcertante ojo redondo y saltón, un ala amplia y correosa, y algo muy largo que le sale de la cabeza, que parece querer alcanzarle y que gotea negra sangre por un extremo.
– ¿Qué le pasa a Kaoru? –grita a su ocupado colega.
– Es un horror.
– Así que ya te has cansado de ella.
– ¿Estás ciego, o qué?
Sangre negra, como un horror. “Kaoru” pierde su apariencia humana a gran velocidad, soltando grandes alaridos que entorpecen su lucha con el Caballero de Plata. Entonces, ¿qué ha sido de Kaoru? Desoncertado, Koga se dirige a Zaruba con no muy buenos modos.
– ¿Por qué no me has advertido?
– ¡Lo he hecho! Pero estabas demasiado “ocupado”.
Koga resopla de impaciencia. Se dispone a ayudar a Rei, que está empezando a pasarlo mal porque, al haber perdido por completo la forma humana, el horror está luchando mejor. Al darse cuenta que iba a tener que vérselas con dos Caballeros Makai, el ser de otro mundo opta por una retirada estratégica y se va volando. La espada que le lanza Rei no logra alcanzarlo.
– ¡Maldición! –se lamenta caballero más joven.
– Zaruba, ¿dónde está? –pregunta el dueño del jardín.
– ¡Vamos! –responde la diminuta cabeza metálica, feliz de que, por fin, puede captar al horror.
El anillo parlante guía a los dos veloces caballeros por una sucesión de calles, hasta que ven desaparecer a su presa a través de un portal al mundo de las tinieblas.
– Zaruba –protesta Koga– ¿cuándo ha aparecido ese portal?
– Esta última noche. Pero no me eches la bronca a mí. No he querido llevarte a más excursiones de las estrictamente necesarias. Cuando te pasen las tentaciones suicidas volveremos a hacer las cosas bien.
– ¿Tentaciones suicidas? –Rei parece a punto de soltar una carcajada, pero lo piensa mejor en cuanto ve el rostro atormentado de su colega. No obstante, Rei es Rei.– ¿De veras estabas dispuesto a dejarte matar mientras te dabas el lote?
– ¿Mientras me daba el qué?
Rei se rie, pero Koga lo está mirando con suma seriedad.
– Todo ésto te divierte mucho, por lo que veo.
– ¡Vamos, hombre, te falta cultura mundana, éso es todo!
– ¿Ésa es la relación que quieres tener conmigo, observarme hasta que se te presenta la primera oportunidad para apuñalarme por la espalda?
– ¿Cómo?
Pero Rei no tarda en darse cuenta de qué está hablando su amigo.
– Yo... de veras pensé que ella te había dejado...
Golpe y gemido. El puño de Koga se había lanzado contra su estómago con toda la fuerza de su rabia. Rei no lo esquivó. Ni quiso esquivarlo.