Cap. 2: Asedio (parte 3)
Después de una noche casi en vela, producto de una intensa actividad emocional, y dándose ánimos mútuament, la agotada pareja se halla en la cocina asaltando la cafetera, antes incluso que Gonza haya empezado a preparar el desayuno.
La televisión muestra imágenes captadas en el jardín la noche anterior: un tácito y malhumorado Koga abriéndose paso entre los periodistas a buenas y malas maneras, según la resistencia del quien tuviera delante, para llegar a la casa. El gran empujón que recibió uno que intentó colarse dentro fue acogido con protestas y abucheos. Algunos han acampado en el jardín como si fuesen los dueños, conscientes que no pueden echarlos sin armar un escándalo público y exponerse.
En Kantai se está preparando un escrito para ser entregado en mano al primer ministro por la suma sacerdotisa Garai y un caballero aún por determinar. Alguien se está encargando ya de concertar la cita. Se le pedirá que solicite confirmación de sus colegas en otros países, sugiriéndole empezar por Corea, Colombia y Dinamarca. Se le sugerirá enviar agentes de incógnito a determinados pueblos para espiar a sus habitantes. Y se cree poder contar para entonces con el análisis de sangre de Kaoru, para que el primer ministro se forme una idea de la magnitud de la amenaza.
–¿Qué puede hacer el Gobierno? –inquiere Kaoru, tras haber escuchado de Koga lo que se está planeando.
–Dejar que le aconsejemos y ayudarnos a poner en práctica las medidas que estamos planeando.
–¿Por ejemplo?
–Contener a la prensa. En cuanto los horrores sospechen que los Makai no somos los únicos que vamos a por ellos, atacarán abiertamente y cundirá el pánico.
–Yo... –Kaoru suspira– no creo que el pánico pueda ser evitado.
–Tal vez. Pero necesitamos tiempo para idear estrategias de comunicación que instruyan a la población sobre lo que sudece, lo que se hace, y lo que ellos pueden hacer. Y tiempo para preparar a los gobernantes y a los cuerpos de seguridad.
–¿Habrá tanto tiempo?
–Tiene que haberlo.
El tono categórico de Koga no permite discutir este punto, así que ella enfoca otra faceta.
–¿Cómo pueden los humanos normales combatir a los horrores, siendo incapaces de manejar el metal del alma?
–Contra grandes concentraciones de horrores puede utilizarse artilleria cargada con metralla de metal del alma, aunque con los Bariri podría ser un arma de doble filo. Imagínate a algunos de ellos enloquecidos porque ha sido dañado su plexo de saciedad.
–Se comerían unos a otros.
–Se supone que la metralla los heriría lo suficiente para que humanos con lanzallamas de Fuego Guía acabaran con ellos. Sé por experiencia lo peligroso que es un Bariri así mutilado.
–¿Las armas de fuego nos les hacen nada?
–Las pequeñas, como pistolas, bombas de mano, etcétera, no tienen suficiente profundidad dimensional. La eficacia de las mayores es un terreno que vamos a empezar a estudiar. De todas maneras, si las utilizamos hay el riesgo que ellos se apoderen de ellas y las usen contra nosotros.
–Pero, Koga, si los horrores pueden hacerse pasar por cualquier humano, si lo prentenden, ¿no les será fácil llegar a los arsenales?
El no responde. No es probable que se construyan con suficiente rapidez sucedáneos “tontos” de joyas Guía para captar a los horrores y, hasta éste momento, sólo Kaoru puede identificar a los Bariri. Koga comprende que tendrán que usarla a ella, por mucho que a él le duela. Y lo peor: él sabe que no tiene derecho a oponerse. Así es como él se ve obligado a prescindir de sus planes de llevarla lejos para ponerla a salvo de horrores y de humanos. De otro modo traicionaría a toda la especie humana.
–Oye, yo...
El no sabe cómo decírselo.
–Con ésos y los Bariri ahí afuera no puedes salir de la casa. El médico tendrá que venir aquí a sacarte la sangre. Lo siento.
Ella se limita a asentir, guardando para sí su conocimiento de sus pensamientos. Tendrá tiempo para pintar. Aunque, ¿podrá concentrarse? ¡Cómo callar al clamor interno que le exige hacer algo! Ya hace algo al dar su sangre, y hará más, puesto que sólo ella reconoce a los Bariri. Sin embargo...
* * *
El dueño de la casa cada vez le cae más mal al doctor Shimizu, vigilándoles como un halcón a su presa, mientras el enfermero procede a la extracción de sangre. Pero no puede quejarse: han cedido a su petición. Presionados por los “invitados” que han acampado en su jardín, está seguro de ello. Se lo merecen.
La mujer está muy tensa, quizá es una de esas personas con terror a las agujas. En consecuencia, el enfermero no logra acertarle la vena y ella ha empezado a quejarse de que urgue en su brazo. Los ojos de su marido prometen un drástico final de sesión.
–Señora Saejima –interviene el médico– respire hondo tres veces, relaje el brazo y luego concentre la vista en cuanquier lugar excepto en su brazo, o no terminaremos nunca.
La joven obedece y, por fin, la jeringa puede llenarse con el fluido que él tanto ambiciona. Está impaciente por llegar al laboratorio, pero debe intentarlo una vez más.
–Señora Saejima, por favor, reconsidere mi petición. La sangre no lo dice todo. Podríamos obtener muchos datos haciendo un TAC, una biopsia y un...
–¡Ni hablar!
El señor Saejima no ha movido ni un músculo, a pesar del gran énfasis puesto en su exclamación. Un hombre capaz de ejercer semejante control sobre su cuerpo puede ser muy peligroso. Mejor no tentar demasiado a la suerte.
La joven esposa mira al suelo, sumisa. ¡Ni siquiera tendrá una oportunidad para convencerla, maldito sea! Bien, según lo que descubra recurrirá a las autoridades para obtener una mejor cooperación.
Su marido se dirige a la puerta, llama al mayordomo y le dice que los invitados se van. Pero el doctor Shimizu se sorprendre al sentir que la mano de la muchacha se ha deslizado hasta el bolsillo de su chaqueta. ¿Una ladrona? Instintivamente él se introduce la suya para ver qué falta. Nota un papel doblado que antes no tenía. Cruza una mirada con la mujer, tan breve que no osa interpretarla.