Fanfic emplazado siete meses después de El regreso de los exiliados.
Cap. 1: Descenso al infierno
Acuciada por el deseo de ir al baño, Kaoru se libera del abrazo de Koga y sale de la cama. Él puede ser aparentemente frío, pero cuando duerme es muy pegajoso, está segura de que el inconsciente lo traiciona. Un día tendrá que decirle que se controle, o dormirá solo.
Luego, tras haber confirmado por enésima vez que su pelo está creciendo a buen ritmo y que en un par de meses se sentirá más cómoda con su longitud, cuando se dispone a regresar al dormitorio, un olor extrañamente familiar llama su atención. Se hace más intenso a cada momento que pasa. Conoce ese olor. Lo odia. Pero no debería estar en la casa. ¿De dónde procede?
Desciende las escaleras, y cuando está por abrir la puerta de entrada se detiene. No debería salir, sabe que ese maldito incienso interfiere con su mente, le hace ver... cosas. Ya está sucediendo otra vez, la sensación de irrealidad que tanto aborrece. Presencias a su alrededor. Voces que le dicen que salga, que todo está bien. ¿Por qué no debería hacerlo? Esas presencias comprenden su íntima necesidad de salir de esta casa. Abre la puerta.
– ¿Doctor Kobayashi?
– Sí, Kaoru. Vamos, démonos prisa.
Le rodea los hombros con un brazo y la obliga a andar.
– ¿Dónde vamos?
– No te preocupes por nada, confía en mí.
Ella se para, se libera y se enfrenta a su ginecólogo entrecerrando los ojos peligrosamente.
– ¡Nada de misterios a medianoche! Como no suelte la lengua ahora mismo le voy a patear donde más le duela.
Él hace una breve carcajada.
– De acuerdo, te creo. Te lo contaré mientras andamos. –Vuelve a cogerle los hombros y avanzan.– ¿Recuerdas lo que te dije en la última visita que me hiciste?
– ¡Cómo lo voy a recordar! Ese incienso del demonio me juega malas pasadas.
– ¿Aún la tienes tomada con el incienso? Ya hablamos de ésto, ¿no eres mayorcita para obsesionarte con tales nimiedades?
Palabras que logran avergonzar a Kaoru. El médico prosigue.
– Te conté que los cambios que tu embarazo te hace experimentar son el preludio de algo mucho más grande.
– Creo que empiezo a recordar –dice ella, pensativa, sin dejar de andar.– Me explicó que esos torbellinos de colores que de vez en cuando veo alrededor de la gente es su aura...
– Sí, y también que no tenías que preocuparte por los ataques de impaciencia que te dan, que son producto de la especial sensibilidad que desarrollan las embarazadas.
– ¿Impaciencia, dice? Mala leche pura y simple, doctor. ¡Me cuesta reconocerme!
– Ya te pasará cuando hayas dado a luz. Como te iba diciendo, ahora te llevo a que experimentes lo que tu hijo no nacido va hacer por ti.
– ¿En plena noche?
– Tardaremos más que en una visita normal, y no queremos alarmar a tu marido, ¿verdad?
– Es verdad, no soporto cuando se pone paranoico. De hecho, cada vez lo soporto menos.
El médico sacude la cabeza negativamente.
– Creo que podremos arreglar éso.
Suben a un coche. Kaoru está cada vez más sosegada, otro efecto del humo.
– ¿También lo ha puesto en el coche?
– No te preocupes por éso. ¡No te preocupes por nada! Yo cuidaré de ti.
Pero Kaoru apenas puede entender el significado de las palabras. Vuelve a ver auras. La del doctor le hace sospechar que esconde algo, pero no le importa. El aura del conductor del coche, sin embargo, es extrañamente negra. ¿Dónde ha visto ella auras negras? Da igual, no percibe ninguna amenaza.
Cuando bajan del vehículo hay una mujer esperando. La conoce.
– Jabi...
– Hola, Kaoru. Bienvenida. –Dirigiéndose al grupo:– Vamos, no hay tiempo que perder.
Kaoru sabe que Jabi no debería estar aquí, pero le cuesta mucho articular palabras, y se limita a balbucear. Mira como en un sueño cómo la sacerdotisa Makai hace unos pases en el aire con su pincel mágico.
– Listo –dice– podemos entrar.
El grupo formado por Jabi, el médico, Kaoru y el conductor del coche avanza a pie, con rapidez. Kaoru percibe más presencias, que vienen a saludarla, que la llevan en volandas, no es consciente de estar pisando el suelo. Más incienso. Las presencias parecen tomar forma, primero en las volutas del humo; luego, son sombras fuera de él. Entran en un edificio, o éso parece. Oscuro, imponente. Muchos seres a su alrededor, curiosos, locos de contento, sedientos de venganza. La rodean. La aclaman. Alguien dice que ella tiene que arreglar una gran injusticia. Kaoru no sabe de qué habla, sólo siente. Y siente que toda esta gente espera mucho de ella.
No se da cuenta de cuándo dejan de andar, ni de cuándo la suben a alguna parte. Una gran luz se enciende. De repente, las nieblas de su mente desaparecen.
Se halla en un lugar desconocido, oscuro, con una luz bajo sus pies y acompañada sólo de tres personas.
– Vamos, Kaoru –exclama Jabi.– Es hora de que reclames tu herencia. ¡Recuerda quién eres!
Todo empezó cuando me casé. No, un poco antes. Viéndolo en perspectiva, sé que aquello no debía haber pasado, pero había otras fuerzas operando en nuestros destinos, unas que no sospechábamos.
Nuestra boda se había fijado para dos meses después, pero Koga sucumbió ante sus instintos, algo muy impropio de él. Fue una seducción en toda regla. Él parecía saber exactamente qué hacer, dónde tocarme, cómo besarme. Mis fuerzas flaquearon y no pude contenerlo. Las siguientes veces, ni siquiera lo intenté.
Una noche yo me dejé arrastrar por mi curiosidad. ¿Cómo era posible que conociera mi cuerpo mucho mejor que yo misma? No me imaginaba a Koga leyendo una novela romántica, ni yendo a la biblioteca pública a por un libro de sexualidad, y Dios sabe que tampoco creía que por sus manos hubiese pasado jamás revista pornográfica alguna. Importunado, él se soltó y se volvió de espaldas a mí dispuesto a ignorarme, pero no se lo permití, estaba realmente intrigada. Finalmente confesó que hacía lo primero que le venía a la mente, que a él mismo le sorprendía, y admitió que un libro le había influído.
Recuerdo el libro. Lo trajo consigo del Templo de las Tinieblas. En él encontró el hechizo del escudo de tiempo con el que quiso resguardarme de la muerte. También había otra forma de protección: una especie de “matrimonio Makai”, con descripciones minuciosas de rituales, algunos extremadamente eróticos. ¡Lo que me costó que me tradujera unos pocos párrafos! Posteriormente, tras que el embarazo despertara mi percepción, cada vez que Koga leía ese libro lo veía asaltado por unas sombras que habían llegado a la casa en él y que, desde entonces, iban y venían a sus anchas. A veces me rodeaban y me exploraban a mí y a mi hijo. No me parecieron amenazantes, de forma que no consideré necesario informar a Koga; no quería que se obsesionase en protegerme por enésima vez.
Por otra parte, la siguiente visita que hice al Dr. Kobayashi después de que confirmara mi embarazo, fue la primera en que quemó ese odioso incienso. No sólo el olor no era especialmente agradable, sinó que enturbiaba mi mente. Pero ahora, en éste momento, recuerdo todo lo que la dichosa droga me ocultó en ésa y en las siguientes visitas.
Por punción en el vientre y por vía vaginal accedió al feto. Dijo que estaba añadiendo un ADN externo para hacer a mi hijo especial. Gracias al embarazo mi cuerpo lo aceptaría, y mi mente y mi corazón serían influenciados por él. Yo lo necesitaba, dijo, para prepararme para mi gran destino. En algún momento supe que el Dr. Kobayashi había sido sustituído por un horror Bariri. Lo vi en su auténtica forma, y vi al auténtico médico, atado y amordazado. Yo olvidaba todo en cuanto los efectos del incienso desaparecían.
Al parecer, mi embotamiento evitó que yo entendiera el significado de todo aquello o, incluso drogada, habría escapado de allí a cualquier precio. Me quejé que el incienso me provocaba alucinaciones, pero él insistía que servía para relajarme durante las exploraciones, y dejó de hacerme caso.
Empezaron a suceder cosas extrañas: personas con sorprendentes auras negras venían hacia mí y me miraban con interés. Yo sabía que eran horrores que las habían poseído, pero no sentí temor alguno. Me sentí atraída por los bajos fondos de la ciudad. Paseaba por sus calles y callejuelas con orgullo, sintiéndome plena y sospecho que, de alguna manera, quería ponerme a prueba. Empecé a importunar a individuos a los que antes habría evitado a toda costa, pero me dejaron de lado, “antojos de preñada”, decían. Finalmente decidí que, puesto que yo sólo era una, mejor era que no tentara a mi suerte. Me ensañé con los desgraciados de mi trabajo. Tuve muy poca tolerancia con las excentricidades de Koga.
Es mi hijo, sí, pero ya no de Koga. Mi hijo es un horror. Mi hijo me ha dado fuerza. Desde que empecé a tratar con el falso Dr. Kobayashi no he vuelto a tener miedo. ¡De nada! Y no he vuelto a decir “sí” cuando quería decir “no”.
¡Mi hijo me ha hecho libre!
Estoy preparada para asumir mi nueva vida. Sí, seré una digna madre para mi hijo.
– Estoy lista –le digo a Jabi, con una sonrisa de confianza.
Ella sube hasta la plataforma en la que me hallo.
– ¿Sabes dónde estamos?
– ¿En el Templo de las Tinieblas?
– Exacto. Al situarte encima has escogido un pasaje hacia otro mundo. –Se pone solemne.– Vamos, Kaoru, parte hacia la otra dimensión. Te esperan. ¡Esperan a su reina!
Jabi hace unos pases mágicos. Y ambas desaparecen.
Luego, tras haber confirmado por enésima vez que su pelo está creciendo a buen ritmo y que en un par de meses se sentirá más cómoda con su longitud, cuando se dispone a regresar al dormitorio, un olor extrañamente familiar llama su atención. Se hace más intenso a cada momento que pasa. Conoce ese olor. Lo odia. Pero no debería estar en la casa. ¿De dónde procede?
Desciende las escaleras, y cuando está por abrir la puerta de entrada se detiene. No debería salir, sabe que ese maldito incienso interfiere con su mente, le hace ver... cosas. Ya está sucediendo otra vez, la sensación de irrealidad que tanto aborrece. Presencias a su alrededor. Voces que le dicen que salga, que todo está bien. ¿Por qué no debería hacerlo? Esas presencias comprenden su íntima necesidad de salir de esta casa. Abre la puerta.
– ¿Doctor Kobayashi?
– Sí, Kaoru. Vamos, démonos prisa.
Le rodea los hombros con un brazo y la obliga a andar.
– ¿Dónde vamos?
– No te preocupes por nada, confía en mí.
Ella se para, se libera y se enfrenta a su ginecólogo entrecerrando los ojos peligrosamente.
– ¡Nada de misterios a medianoche! Como no suelte la lengua ahora mismo le voy a patear donde más le duela.
Él hace una breve carcajada.
– De acuerdo, te creo. Te lo contaré mientras andamos. –Vuelve a cogerle los hombros y avanzan.– ¿Recuerdas lo que te dije en la última visita que me hiciste?
– ¡Cómo lo voy a recordar! Ese incienso del demonio me juega malas pasadas.
– ¿Aún la tienes tomada con el incienso? Ya hablamos de ésto, ¿no eres mayorcita para obsesionarte con tales nimiedades?
Palabras que logran avergonzar a Kaoru. El médico prosigue.
– Te conté que los cambios que tu embarazo te hace experimentar son el preludio de algo mucho más grande.
– Creo que empiezo a recordar –dice ella, pensativa, sin dejar de andar.– Me explicó que esos torbellinos de colores que de vez en cuando veo alrededor de la gente es su aura...
– Sí, y también que no tenías que preocuparte por los ataques de impaciencia que te dan, que son producto de la especial sensibilidad que desarrollan las embarazadas.
– ¿Impaciencia, dice? Mala leche pura y simple, doctor. ¡Me cuesta reconocerme!
– Ya te pasará cuando hayas dado a luz. Como te iba diciendo, ahora te llevo a que experimentes lo que tu hijo no nacido va hacer por ti.
– ¿En plena noche?
– Tardaremos más que en una visita normal, y no queremos alarmar a tu marido, ¿verdad?
– Es verdad, no soporto cuando se pone paranoico. De hecho, cada vez lo soporto menos.
El médico sacude la cabeza negativamente.
– Creo que podremos arreglar éso.
Suben a un coche. Kaoru está cada vez más sosegada, otro efecto del humo.
– ¿También lo ha puesto en el coche?
– No te preocupes por éso. ¡No te preocupes por nada! Yo cuidaré de ti.
Pero Kaoru apenas puede entender el significado de las palabras. Vuelve a ver auras. La del doctor le hace sospechar que esconde algo, pero no le importa. El aura del conductor del coche, sin embargo, es extrañamente negra. ¿Dónde ha visto ella auras negras? Da igual, no percibe ninguna amenaza.
Cuando bajan del vehículo hay una mujer esperando. La conoce.
– Jabi...
– Hola, Kaoru. Bienvenida. –Dirigiéndose al grupo:– Vamos, no hay tiempo que perder.
Kaoru sabe que Jabi no debería estar aquí, pero le cuesta mucho articular palabras, y se limita a balbucear. Mira como en un sueño cómo la sacerdotisa Makai hace unos pases en el aire con su pincel mágico.
– Listo –dice– podemos entrar.
El grupo formado por Jabi, el médico, Kaoru y el conductor del coche avanza a pie, con rapidez. Kaoru percibe más presencias, que vienen a saludarla, que la llevan en volandas, no es consciente de estar pisando el suelo. Más incienso. Las presencias parecen tomar forma, primero en las volutas del humo; luego, son sombras fuera de él. Entran en un edificio, o éso parece. Oscuro, imponente. Muchos seres a su alrededor, curiosos, locos de contento, sedientos de venganza. La rodean. La aclaman. Alguien dice que ella tiene que arreglar una gran injusticia. Kaoru no sabe de qué habla, sólo siente. Y siente que toda esta gente espera mucho de ella.
No se da cuenta de cuándo dejan de andar, ni de cuándo la suben a alguna parte. Una gran luz se enciende. De repente, las nieblas de su mente desaparecen.
Se halla en un lugar desconocido, oscuro, con una luz bajo sus pies y acompañada sólo de tres personas.
– Vamos, Kaoru –exclama Jabi.– Es hora de que reclames tu herencia. ¡Recuerda quién eres!
* * *
Todo empezó cuando me casé. No, un poco antes. Viéndolo en perspectiva, sé que aquello no debía haber pasado, pero había otras fuerzas operando en nuestros destinos, unas que no sospechábamos.
Nuestra boda se había fijado para dos meses después, pero Koga sucumbió ante sus instintos, algo muy impropio de él. Fue una seducción en toda regla. Él parecía saber exactamente qué hacer, dónde tocarme, cómo besarme. Mis fuerzas flaquearon y no pude contenerlo. Las siguientes veces, ni siquiera lo intenté.
Una noche yo me dejé arrastrar por mi curiosidad. ¿Cómo era posible que conociera mi cuerpo mucho mejor que yo misma? No me imaginaba a Koga leyendo una novela romántica, ni yendo a la biblioteca pública a por un libro de sexualidad, y Dios sabe que tampoco creía que por sus manos hubiese pasado jamás revista pornográfica alguna. Importunado, él se soltó y se volvió de espaldas a mí dispuesto a ignorarme, pero no se lo permití, estaba realmente intrigada. Finalmente confesó que hacía lo primero que le venía a la mente, que a él mismo le sorprendía, y admitió que un libro le había influído.
Recuerdo el libro. Lo trajo consigo del Templo de las Tinieblas. En él encontró el hechizo del escudo de tiempo con el que quiso resguardarme de la muerte. También había otra forma de protección: una especie de “matrimonio Makai”, con descripciones minuciosas de rituales, algunos extremadamente eróticos. ¡Lo que me costó que me tradujera unos pocos párrafos! Posteriormente, tras que el embarazo despertara mi percepción, cada vez que Koga leía ese libro lo veía asaltado por unas sombras que habían llegado a la casa en él y que, desde entonces, iban y venían a sus anchas. A veces me rodeaban y me exploraban a mí y a mi hijo. No me parecieron amenazantes, de forma que no consideré necesario informar a Koga; no quería que se obsesionase en protegerme por enésima vez.
Por otra parte, la siguiente visita que hice al Dr. Kobayashi después de que confirmara mi embarazo, fue la primera en que quemó ese odioso incienso. No sólo el olor no era especialmente agradable, sinó que enturbiaba mi mente. Pero ahora, en éste momento, recuerdo todo lo que la dichosa droga me ocultó en ésa y en las siguientes visitas.
Por punción en el vientre y por vía vaginal accedió al feto. Dijo que estaba añadiendo un ADN externo para hacer a mi hijo especial. Gracias al embarazo mi cuerpo lo aceptaría, y mi mente y mi corazón serían influenciados por él. Yo lo necesitaba, dijo, para prepararme para mi gran destino. En algún momento supe que el Dr. Kobayashi había sido sustituído por un horror Bariri. Lo vi en su auténtica forma, y vi al auténtico médico, atado y amordazado. Yo olvidaba todo en cuanto los efectos del incienso desaparecían.
Al parecer, mi embotamiento evitó que yo entendiera el significado de todo aquello o, incluso drogada, habría escapado de allí a cualquier precio. Me quejé que el incienso me provocaba alucinaciones, pero él insistía que servía para relajarme durante las exploraciones, y dejó de hacerme caso.
Empezaron a suceder cosas extrañas: personas con sorprendentes auras negras venían hacia mí y me miraban con interés. Yo sabía que eran horrores que las habían poseído, pero no sentí temor alguno. Me sentí atraída por los bajos fondos de la ciudad. Paseaba por sus calles y callejuelas con orgullo, sintiéndome plena y sospecho que, de alguna manera, quería ponerme a prueba. Empecé a importunar a individuos a los que antes habría evitado a toda costa, pero me dejaron de lado, “antojos de preñada”, decían. Finalmente decidí que, puesto que yo sólo era una, mejor era que no tentara a mi suerte. Me ensañé con los desgraciados de mi trabajo. Tuve muy poca tolerancia con las excentricidades de Koga.
Es mi hijo, sí, pero ya no de Koga. Mi hijo es un horror. Mi hijo me ha dado fuerza. Desde que empecé a tratar con el falso Dr. Kobayashi no he vuelto a tener miedo. ¡De nada! Y no he vuelto a decir “sí” cuando quería decir “no”.
¡Mi hijo me ha hecho libre!
Estoy preparada para asumir mi nueva vida. Sí, seré una digna madre para mi hijo.
– Estoy lista –le digo a Jabi, con una sonrisa de confianza.
Ella sube hasta la plataforma en la que me hallo.
– ¿Sabes dónde estamos?
– ¿En el Templo de las Tinieblas?
– Exacto. Al situarte encima has escogido un pasaje hacia otro mundo. –Se pone solemne.– Vamos, Kaoru, parte hacia la otra dimensión. Te esperan. ¡Esperan a su reina!
Jabi hace unos pases mágicos. Y ambas desaparecen.
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