Capítulo 9: Acecho
– ¿Éso, funcionará?
– Funcionará –le responde Koga, escueto como siempre.
– És cierto que lo hace –interviene Jabi, acudiendo al lado de Kaoru.– Lo malo es que uno de los dos, o ambos, podríais morir en el proceso.
Kaoru hace una mueca que pretende ser una sonrisa. Jabi, añade:
– Hay otra opción, también arriesgada. –Jabi desvía un momento su vista hacia Koga, pero éste tiene los ojos fijos en algún punto de la pared de enfrente.– El Fuego Guía es menos destructivo que el fuego normal, en términos físicos, pero sus efectos son más profundos. Por ejemplo: una mano sometida a fuego normal quemaría el lado afectado y dejaría intacto el otro; mientras que el Fuego Guía no llegaría a quemar ese lado, pero el otro quedaría afectado en igual medida. Se creó para alcanzar una dimensión distinta.
– Entonces, ¿cuál es el peligro?
– Que no sabemos cuánto podemos aplicarte para que, sin dañarte seriamente, te cure. Por lo que sé nunca antes se ha intentado sanar todo un cuerpo humano: tu infección ya está en la sangre, no sólo en el brazo. Nunca antes se había pretendido curar a alguien contaminado así. Símplemente se le mataba, lo sabes bien.
Kaoru traga saliva.
– ¿Duele tanto como el fuego normal?
– Menos, pero no es problema, puedo dormirte.
La joven enferma se aleja hacia la pared, de espaldas a la sacerdotisa y a su tacito novio, y permanece un rato sumida en sus pensamientos. Pero en cuanto se vuelve hacia ellos, está claro que ha tomado una decisión.
– Me someteré al Fuego Guía.
Koga, con el rostro contraído, sale de la habitación dando un portazo.
Jabi se encoge de hombros. Luego se asoma a la puerta y llama a Rei.
– Necesito que vayas a Kantai y traigas a otra sacerdotisa.
– ¿Y éso?
– Hay que contruir el equivalente a un mechero, pero en grande. Y hay que hacer algo para tratar a Kaoru. No puedo hacerlo todo yo sola en el escaso tiempo que intuyo que tenemos. Explica lo que sucede, y traed materiales.
– Bien pero... –se acerca más a Jabi para que sólo ella lo oiga– me preocupa la insistencia de Koga en el cambio de sangre. Es como si...
– ¿Se empeñase en autodestruirse? –susurra ella, también preocupada.
Un breve vistazo les basta para comprobar que su intento de ocultar a Kaoru sus comentarios no había tenido éxito.
* * *
Su ADN se desintegra tan pronto que no ha sido fácil mantener a quince humanos copiados simultáneamente. Los hay por todas partes y, sabiendo ellos como saben ahora hasta qué punto son interdependientes –¿cómo es posible que hayan logrado prosperar? se pregunta por enésima vez Filo Envenenado– y de las formas increíbles en que están interconectados, han evitado llamar la atención. Por supuesto, no ha sido siempre posible, y tres policías, cuatro tenderos y dos transeúntes tuvieron que ser eliminados. Aunque no fue sencillo decidir quién se los comía. Para un Bariri sin hambre, un humano es insípido; los invertebrados son más sabrosos, ¡pero son tan pequeños! Han perdido demasiado tiempo comiendo. A partir de ahora, todos lo saben, tendrán que alimentarse sobre todo de humanos.
Han robado un camión que descargaba en un supermercado. Aunque sus cuerpos copiados podían saborear su mercancía, la mayoría la arrojaron fuera porque les asquea la idea que los humanos se alimenten de vegetales y carne muerta. En este vehículo se dirigen a la residencia de Garo, a acabar lo que Filo Envenenado sólo no pudo.
Éste, sentado en el lugar del copiloto, se ha erigido en líder de la expedición: él ha dado a los demás la información que ningún otro Bariri tiene sobre los humanos, sobre cómo han desaparecido Kiva y Barago. Sus sermones los animaron: todos habían sentido en su ser la muerte de Meshia y se hallaban en estado de prostración cuando los encontró.
Y aquí están ahora, decididos a acabar con la única gran amenaza que les queda, hambre a parte: el Caballero Makai que puede convertirse en otro Kiva. Y serán los dueños de ambos mundos. Aunque Filo Envenenado sabe que, tras la victoria, otra guerra cruenta estallará entre ellos por el poder...y la supervivencia.
¿La sirena de una ambulancia? No, es la policía. ¿Es posible que hayan localizado ya el camión robado? ¡Se aseguraron de acabar con el conductor! Les hacen señales para que se detengan.
– Para –le dice al conductor–. Que nos dejen tranquilos.
– ¿Por qué nunca se nos ha ocurrido copiar policías? –le responde el otro mientras frena.
Probablemente, cree Filo Envenenado, porque algunos de sus sujetos originales no simpatizan con ellos. Pero el piloto tiene razón: pueden ser útiles.
– A por ellos –le dice.
Los policías cruzan su coche en el trayecto del camión. Los dos agentes salen y hacen salir a los dos horrores de incógnito. Apenas están los cuatro juntos, los policías son bruscamente arañados en su cara y, a continuación, introducidos dentro del compartimento de carga, donde permanecen los otros trece Bariri. Aparcan el coche de policía junto a un parque cercano y reemprenden su camino. Ya en su destino, esconden el vehículo entre la espesura de árboles que rodea la casa del enemigo.
Los dos policías que llaman a la puerta observan a Gonza, antes que Filo Envenenado le dé un brusco zarpazo de los suyos. El grito del sorprendido mayordomo es pronto sofocado por un golpe, y el otro “policía” se lo lleva a cuestas.
Pronto, el propietario de la casa acude alertado por el grito.
– Una falsa alarma, señor –responde Filo Envenenado accediendo rápidamente a los recuerdos de su sujeto original.– Eran dos policías y me asusté.
– ¿Te asustan los policías?
– No, claro... –El horror busca precipitadamente en la mente de Gonza.– Pero... estaba preocupado por... las circunstancias, y me distraje.
Su enemigo deja el vestíbulo, y él observa los pensamientos a los que tiene acceso: hay tres caballeros y dos sacerdotisas Makai en la casa, qué preparan armas para combatirlos basadas en Fuego Guía. Al parecer, se lamenta para sí, los conocimientos sobre los Bariri no se han perdido entre los humanos Makai, a pesar del tiempo transcurrido desde la última vez que las dos especies tuvieron contacto. Tendrá que poner sobre aviso a los demás antes del ataque. Y además está Kaoru, enferma por infección. Filo Envenenado no quiere que muera pronto, necesita que los otros vean, que comprueben que fue el contenedor de Meshia. Y reivindicar así la herencia de la Madre de todos ellos: es su derecho, él la descubrió, y se trabajó a Garo. A él le corresponde el papel de líder absoluto de los dos mundos.
* * *
– Hay gente merodeando a fuera –comenta la sacerdotisa Akane cuando regrea de recoger los materiales que Gonza ha comprado en la ferretería.
Cuatro pares de ojos la miran inquisitivos.
– ¿Qué has visto?
– A un tipo entre los árboles que miraba hacia aquí. Le he preguntado a tu mayordomo si había visto algo más mientras se iba o volvía, pero ha dicho que no.
– Entonces, mi vista no me engañaba –añade Tsubasa, atrayendo todas las miradas hacia sí–. Esta noche, mientras hacía guardia, me pareció ver a alguien que salía del bosque. Pero fue sólo un momento.
Jabi deja de intentar encajar dos piezas de metal para acercarse a su compañera, y habla en voz baja, pero suficiente alta para que los otros ocupantes de la sala pudiesen oirla.
– ¿Has notado algo sospechoso en Gonza?
– No lo conozco lo suficiente.
Koga deja en la mesa el gran libro de gráficos que sostiene entre sus brazos.
– ¿Insinuas que puede no ser él?
– ¿Por qué él no ha visto a nadie? –pregunta Jabi.
– Quizá –protesta Koga acercándose y levantando la voz– porque los forasteros se escondieron al advertir que alguien venía.
– Fíjate que se ha vuelto muy curioso.
El dueño de la casa se pone a la defensiva.
– Tú también lo serías si tu vida estuviera en peligro y no supieses qué se está haciendo para protegerla.
– Tal vez tengas razón –lo apacigua ella.– En todo caso, todo parece indicar que nos queda “muy” poco tiempo. A ver si terminamos esos lanzallamas. Tendríamos que poder poder probarlos antes de usarlos.
Jabi, Akane, Rei y Tsubasa vuelven a trabajar en los aparatos, pero Koga deja la sala.
– Voy a hacer guardia.
Las dudas de Jabi han hecho mella en él y quiere, ante todo, traer a Kaoru con ellos por seguridad. La había conducido hacía poco más de una hora a su habitación para reposar, y su corazón le da un vuelco al no verla allí.
– ¡Kaoru! ¡Gonza! –grita.
Espera unos pocos segundos angustiosos, antes de precipitarse a su propio cuarto y coger su espada.
Han robado un camión que descargaba en un supermercado. Aunque sus cuerpos copiados podían saborear su mercancía, la mayoría la arrojaron fuera porque les asquea la idea que los humanos se alimenten de vegetales y carne muerta. En este vehículo se dirigen a la residencia de Garo, a acabar lo que Filo Envenenado sólo no pudo.
Éste, sentado en el lugar del copiloto, se ha erigido en líder de la expedición: él ha dado a los demás la información que ningún otro Bariri tiene sobre los humanos, sobre cómo han desaparecido Kiva y Barago. Sus sermones los animaron: todos habían sentido en su ser la muerte de Meshia y se hallaban en estado de prostración cuando los encontró.
Y aquí están ahora, decididos a acabar con la única gran amenaza que les queda, hambre a parte: el Caballero Makai que puede convertirse en otro Kiva. Y serán los dueños de ambos mundos. Aunque Filo Envenenado sabe que, tras la victoria, otra guerra cruenta estallará entre ellos por el poder...y la supervivencia.
¿La sirena de una ambulancia? No, es la policía. ¿Es posible que hayan localizado ya el camión robado? ¡Se aseguraron de acabar con el conductor! Les hacen señales para que se detengan.
– Para –le dice al conductor–. Que nos dejen tranquilos.
– ¿Por qué nunca se nos ha ocurrido copiar policías? –le responde el otro mientras frena.
Probablemente, cree Filo Envenenado, porque algunos de sus sujetos originales no simpatizan con ellos. Pero el piloto tiene razón: pueden ser útiles.
– A por ellos –le dice.
Los policías cruzan su coche en el trayecto del camión. Los dos agentes salen y hacen salir a los dos horrores de incógnito. Apenas están los cuatro juntos, los policías son bruscamente arañados en su cara y, a continuación, introducidos dentro del compartimento de carga, donde permanecen los otros trece Bariri. Aparcan el coche de policía junto a un parque cercano y reemprenden su camino. Ya en su destino, esconden el vehículo entre la espesura de árboles que rodea la casa del enemigo.
Los dos policías que llaman a la puerta observan a Gonza, antes que Filo Envenenado le dé un brusco zarpazo de los suyos. El grito del sorprendido mayordomo es pronto sofocado por un golpe, y el otro “policía” se lo lleva a cuestas.
Pronto, el propietario de la casa acude alertado por el grito.
– Una falsa alarma, señor –responde Filo Envenenado accediendo rápidamente a los recuerdos de su sujeto original.– Eran dos policías y me asusté.
– ¿Te asustan los policías?
– No, claro... –El horror busca precipitadamente en la mente de Gonza.– Pero... estaba preocupado por... las circunstancias, y me distraje.
Su enemigo deja el vestíbulo, y él observa los pensamientos a los que tiene acceso: hay tres caballeros y dos sacerdotisas Makai en la casa, qué preparan armas para combatirlos basadas en Fuego Guía. Al parecer, se lamenta para sí, los conocimientos sobre los Bariri no se han perdido entre los humanos Makai, a pesar del tiempo transcurrido desde la última vez que las dos especies tuvieron contacto. Tendrá que poner sobre aviso a los demás antes del ataque. Y además está Kaoru, enferma por infección. Filo Envenenado no quiere que muera pronto, necesita que los otros vean, que comprueben que fue el contenedor de Meshia. Y reivindicar así la herencia de la Madre de todos ellos: es su derecho, él la descubrió, y se trabajó a Garo. A él le corresponde el papel de líder absoluto de los dos mundos.
* * *
– Hay gente merodeando a fuera –comenta la sacerdotisa Akane cuando regrea de recoger los materiales que Gonza ha comprado en la ferretería.
Cuatro pares de ojos la miran inquisitivos.
– ¿Qué has visto?
– A un tipo entre los árboles que miraba hacia aquí. Le he preguntado a tu mayordomo si había visto algo más mientras se iba o volvía, pero ha dicho que no.
– Entonces, mi vista no me engañaba –añade Tsubasa, atrayendo todas las miradas hacia sí–. Esta noche, mientras hacía guardia, me pareció ver a alguien que salía del bosque. Pero fue sólo un momento.
Jabi deja de intentar encajar dos piezas de metal para acercarse a su compañera, y habla en voz baja, pero suficiente alta para que los otros ocupantes de la sala pudiesen oirla.
– ¿Has notado algo sospechoso en Gonza?
– No lo conozco lo suficiente.
Koga deja en la mesa el gran libro de gráficos que sostiene entre sus brazos.
– ¿Insinuas que puede no ser él?
– ¿Por qué él no ha visto a nadie? –pregunta Jabi.
– Quizá –protesta Koga acercándose y levantando la voz– porque los forasteros se escondieron al advertir que alguien venía.
– Fíjate que se ha vuelto muy curioso.
El dueño de la casa se pone a la defensiva.
– Tú también lo serías si tu vida estuviera en peligro y no supieses qué se está haciendo para protegerla.
– Tal vez tengas razón –lo apacigua ella.– En todo caso, todo parece indicar que nos queda “muy” poco tiempo. A ver si terminamos esos lanzallamas. Tendríamos que poder poder probarlos antes de usarlos.
Jabi, Akane, Rei y Tsubasa vuelven a trabajar en los aparatos, pero Koga deja la sala.
– Voy a hacer guardia.
Las dudas de Jabi han hecho mella en él y quiere, ante todo, traer a Kaoru con ellos por seguridad. La había conducido hacía poco más de una hora a su habitación para reposar, y su corazón le da un vuelco al no verla allí.
– ¡Kaoru! ¡Gonza! –grita.
Espera unos pocos segundos angustiosos, antes de precipitarse a su propio cuarto y coger su espada.
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