diumenge, 4 d’octubre del 2009

GARO Fanfic – Regreso de los exiliados, 4


Capítulo 4: Seducción


Filo Envenenado sabe que su gran momento se acerca. Una vez más, se felicita por haber dado con Kaoru: la joven humana también guarda en su mente la llave para destruir a Garo, y éso es lo que está haciendo. En ningún momento enfadarlo entró en sus planes, pues habría pocas posibilidades de vencerlo y, además, los hechos habían demostrado que era capaz de convertirse en otra abominación.

Por culpa de Kiva y Barago, los horrores Bariri habían tenido que exiliarse, pues las abominaciones no sólo son depredadores, sinó que no toleran competencia de ningún tipo. Y también por culpa de Kiva Meshia había sido dormida y dejada incapaz de velar por los Bariri.¡No más abominaciones!

Levanta sus ojos hacia Rei, el caballero Makai que cree que va a conquistarla. Iluso. Luego se ocupará de él. Pero mientras debe ir con cuidado: le ha mirado varias veces con sospecha.

– Kaoru –interrumpe él sus pensamientos, preocupado– ¿qué te pasa?

– Ahora ya nada. –Obsequia a su anfitrión la mejor sonrisa que encuentra en el repertorio de Kaoru.

Pero él no sonrie, y Filo Envenenado empieza a sospechar que ha hecho algo que no debería, aunque no recuerda haber bajado la guardia.

– ¡Quería salir de esa casa! –trata de explicarse–. ¡Me faltaba aire, y seguridad!

– Incluso en los casos de severos malos tratos las parejas tardan en dejar de amarse, pero a ti te ha pasado muy deprisa.

El horror, que no ha encontrada nada semejante en la mente de Kaoru, siente que el caballero está a punto de descubrirle. Necesita improvisar. Se acerca a él, despacio, tratando de entristecer sus ojos. Le acaricia ambos brazos.

– No lo sé. Sólo ha pasado, ¿tan importante es? –Sus manos llegan al cuello del joven.

– ¿De veras –continua su anfitrión algo fatigado y resignado– vas a aprovecharte también de mis sentimientos?

Filo Envenenado no deja que trasluzca su sorpresa ante la vulnerabilidad del caballero.

– Rei...

– ¿Alguna vez amaste a Koga?

– Si éso es lo que piensas de mi, ¿por qué me ayudas?

Su anfitrión no responde. Ni él mismo sabe por qué lo hace. Los humanos son sorprendentemente manipulables, ¡cuántas posibilidades para un Bariri con iniciativa!

– Muy bien –concluye, y se vuelve de espaldas–. Me iré, no quiero obligarte a nada.

Vuelve un poco la cabeza hacia el caballero, sus ojos casi llorosos.

– Adios.

Antes de dar el segundo paso hacia la puerta, nota su brazo cogido. Filo Envenenado no puede reprimir una sonrisa de triunfo. No sólo no se da la vuelta, sinó que su cabeza cae hacia delante con suavidad.

– No te vayas.

*     *     *

Apenas dos días después Rei ha olvidado sus temores sobre la aparente crueldad de Kaoru. Más bien se esfuerza en olvidarlos, y por ello quiere obsequiarla con un bonito collar que perteneció a Shizuka. Aprovecha que ella se ha ido a trabajar para buscarlo y darle la sorpresa cuando llegue.

Pero el collar, qué él recuerda vívidamente, no está entre las joyas de Shizuka. ¿Lo perdió? A su memoria viene que de vez en cuando ella perdía un pendiente, o una pulsera, sin causa aparente, y aparecía igual de misteriosamente tiempo después, cuando su propietaria ya había perdido la esperanza de encontrarlo. Él solía comentarle, a modo de broma, que si no vigilaba un día los duendes se la llevarían a ella.

Anda sin rumbo, dejándose guiar por su instinto, hasta que sonríe al ver dónde ha llegado. Los subterráneos. Shizuka y él los habían explorado cientos de veces, y había sido su lugar predilecto para jugar al escondite. Consta de una sala, la bodega, dos trasteros y un pasadizo escondido excavado en la roca que conduce a unos doscientos metros de allí, cuya salida se selló poco después que él fuera adoptado por el Caballero de Plata, para evitar travesuras infantiles. En su tiempo debió ser una vía de escape muy práctica. Se pasea, nostálgico, algo triste porque Kaoru no parece ser del tipo de chicas que explora contigo.

De pronto, aguza el oído. ¿Y éso?

Justo cuando cree que empieza a imaginarse cosas, otra vez oye algo. ¿Un gemido? Tonterías, ¡quién puede estar aquí! Pero se adentra más en el oscuro pasadizo, y entonces ya no tiene ninguna duda: alguien está llorando.

– ¿Quién hay aquí? –Su voz, alta, clara e imperativa.

Los gemidos callan.

– ¿Quién eres? –insiste el dueño del lugar.

– ¡Socorro! Ayudadme, por favor –dice una agotada voz femenina.