dimecres, 30 de desembre del 2009

GARO Fanfic – Regreso de los exiliados, 8


Capítulo 8: Búsqueda


– Veo que lograste despertar al “bello durmiente” –ironiza Rei al entrar, haciendo que sus dos compañeros levanten sus ojos del libro que tienen abierto en la mesa.

– Se ha despertado él solo –puntualiza Jabi.

– Mejor. –Rei se aproxima a ellos y deja caer un periódico sobre la mesa–. Porque tenemos trabajo.

Jabi y Koga leen el titular: “Aún sin pistas sobre los autores de las misteriosas mutilaciones”.

– ¿Mutilaciones? –se sorprende Koga.

Rei se apoya en la mesa con ambas manos.

– Tremendos arañazos en cualquier parte del cuerpo, o mordiscos. En el momento del cierre del diario se contaban siete víctimas. Dos de ellas han muerto desangradas.

El joven observa el efecto que la noticia tiene en sus dos compañeros, toma asiento junto a ellos, y prosigue:

– Han rastreado el origen de estos incidentes hasta el caso de Kaoru, el primero que hubo. Los supervivientes hablan de gente que los agrede de repente, sin causa alguna. Otros dicen de animales inusualmente grandes.

– ¿Animales? –vuelve a preguntar Koga.

– Fíjate. –Toma el periódico y lee un párrafo.– “Yoshio Mutsuda refiere que fue mordido por un caniche, pero del tamaño de un tigre”. –Vuelve a observar a los otros ocupantes de la mesa–. ¿Véis? Esos horrores se pueden metamorfosear en cualquier tipo de ser, pero no pueden aumentar ni disminuir de tamaño. La verdad, no me atrae la idea de enfrentarme con una abeja de este calibre.

Koga y Jabi se miran entre sí.

– Entonces, ¿hay más de uno? –pregunta ella.

– Probablemente –dice Koga–. El libro –ladea la cabeza ligeramente hacia el que hay en el mesa– habla de toda una raza de horrores.

– Y que además parece pueden colaborar entre sí –añade Rei–. ¡Increíble!

– Según el libro –explica Jabi– son más inteligentes, y por eso pueden hacerlo. Pero también son más vulnerables cuando tienen hambre. Entonces, sus instintos los gobiernan. Tienen, como uno de sus puntos débiles, una protuberancia a la altura del vientre que, destruida, interrumpe su capacidad para sentirse saciados. Entonces se convierten en máquinas de matar.

– ¡Menudo punto débil! –exclama Rei, sarcástico–. O sea, que para acabar con él hay que rebentarlo de comida. ¿Alguna idea de dónde sacamos el excedente alimentario? –Silencio– ¿Hay más “buenas” noticias?

– El metal del alma no los mata ni los sella, aunque los hiere —responde Koga–. Pero son mucho más vulnerables al Fuego Guía.

– Y se reproducen –añade la sacerdotisa.

– ¡Un momento! –Rei se ha casi levantado de su silla–. ¿Queréis decir que esos bichos no han nacido de las secreciones de Meshia?

– Seguro que sí –explica Jabi–, pero al parecer ésta es la raza original de los horrores, y tienen otros atributos. Quizá sean incluso una especie distinta.

– Es decir, que hay machos y hembras entre ellos.

Jabi se encoge de hombros.

– Si los horrores posteriores no tienen sexo, quizá éstos sean hermafroditas.

– Hay que preveer –interviene Koga– que cuando necesiten refuerzos recurran a ello. No sabemos cuánto tiempo precisan para dar nacimiento a un nuevo horror. O a más de uno. Ni sabemos cuán corta o larga su infancia puede ser.

– Es decir –concluye Rei– no sabemos si pueden pasar de siete a catorce o a cien en unos pocos días.

*     *     *
El trío hace experimentos con el trozo de antena que Rei cortó al horror que trató de matar a Koga. Rei lo somete a una ráfaga de Fuego Guía, y Jabi, con un extraño artilugio a base de piel de no se sabe qué animal, intenta detectar la resistencia de las células del horror.

– Muertas –dictamina– pero no sabemos si en un horror vivo serán más resistentes.

– Puedes apostar tu pincel mágico a que sí –replica Rei.

– Disculpenme.

Los tres se giran hacia la puerta. Gonza se halla en el umbral.

– Señor Koga, un mensajero requiere su presencia.

– Firma tú la recepción, como siempre –replica el dueño de la casa.

– Insiste en que ha de entregarlo en mano.

Molesto, Koga deja a sus compañeros.

El mensajero deja en sus manos un paquete rectangular en el cual podría caber, según el parecer de Gonza, un electrodoméstico pequeño. Pero hay agujeros en ambos lados. Y se mueve. También le entrega una carta a su nombre.

Un bebé. Dentro hay un bebé. Koga y el mayordomo se miran con asombro.

– Debe haber un error –dice Gonza–. ¿A quién se le ocurre enviar un bebé por correo? ¡Ésto es denunciable!

El joven mira nuevamente al pequeño ser con creciente inquietud, antes de abrir la carta.
*     *     *

¿Por qué?

De pie, inmóvil frente al sentado y estático cuerpo de Kaoru, la mente de Koga se precipita en un torbellino de conjeturas.

– No la condenes antes de permitir que se explique. Ya lo hiciste una vez y metiste la pata, ¿recuerdas?

Koga sabe que Rei tiene razón, pero ¡qué hacer con todas las dudas que lo asaltan! El bebé tiene unos tres meses, dice Jabi. Tuvo que nacer en Italia. Y ser engendrado allí. La única persona a la que adora en el mundo le ha engañado, y para ocultarlo ha abandonado a su hijo. Doble engaño, y ahora hay un niño sin padres. ¿Podrá volver a confiar en ella?

– Oye, Koga –Jabi interrumpe sus cábalas– es evidente que hay alguien muy interesado en acusar a Kaoru. Si no fuese así, el “paquete” habría venido a su nombre, y no al tuyo. Sólo por ésto, ya merece el beneficio de la duda.

El cierra los ojos con fuerza, su enfado en aumento. Una mano fuerte se posa sobre su hombro derecho. Él está a punto de girarse bruscamente y dar un golpe al responsble, pero se contiene a tiempo.

– Por favor. –La voz de Jabi habla con una suavidad que desmiente el poder de su brazo–. Recuerda que ese horror ha debilitado tu espíritu. Tú nunca has manifestado tus dudas, ni siquiera crees en ellas. Tu poder más grande ha sido arrebatado, no lo olvides, amigo mío.

¡Quán cierto es lo que ella dice! Koga no se reconoce a sí mismo, pero no sabe cómo recuperar su verdadero ser. Todo cuanto puede hacer es contemplar a su hierática amada y gritarle en silencio que lo ayude a aclarar sus dudas.

– Ruego que me disculpen. –Gonza entra con un periódico en la mano–. Me encargaron que comprara el de hoy.

Rei se acerca a recogerlo.

— Gracias.

Gonza desaparece y Rei se sienta a buscar nuevas notcicias que les den información útil sobre los movimientos de los horrores Bariri. Jabi se acerca al pequeño, acostado en un sillón.

– ¿Cuánto hará que no ha comido? Ni siquiera ha llorado, ni ha dormido...

Rei y Koga se vuelven hacia ella, pues ninguno de los dos ha atinado a darse cuenta de todo éso. Rei regresa a su lectura, pero Koga se acerca al niño, desconcertado.

– ¿Por qué tiene que llorar?

Jabi rompe a carcajadas.

– Koga, tienes que ser padre, así te enterarás de lo que es un niño.

Antes que él considerara si replicar o no, Rei exclama:

– ¡Mirad ésto!

Ambos se le acercan, y él lee:

– “...Además , cabe destacar el fallecimiento de un niño de quince semanas, al serle casi arrancada una pierna.”

Tres pares de ojos se vuelven, cautelosos, hacia el pequeño ser del sillón.
*     *     *

– Ese maldito escudo está drenando tu energía, ¡tienes que destruirlo! –exige Rei.

– Si no puedo curar a Kaoru, no.

– ¿Y qué pasará cuando el padre o la madre del bebé horror vengan a por él? Ese pequeño monstruo casi te pega un mordisco, pero estabas demasiado distraído y tu reacción ha sido lenta. ¡Así no sirves, entérate de una vez!

Koga mira con fijeza a su colega, y luego, a la silenciosa sacerdotisa.

– Entonces, ayúdame a intercambiar mi sangre con la de Kaoru.

– ¿Otra vez con éso? –protesta ella.

– O éso, o nada.

– ¿Por qué no se lo preguntas a Kaoru? –replica la joven–. ¿No crees que estás tomando demasiadas decisiones por ella? ¿Acaso le pediste su opinión antes de congelarla en el tiempo?

– ¡Por supuesto que sí! Y le prometí deshacer el hechizo cuando obtuviera la cura.

– Entonces, despiértala –interviene Rei–. Que ella decida si acepta el intercambio de sangre, o si desea probar el Fuego Guía.

– Pero –protesta Koga– aunque hemos visto que ha acabado eficazmente con el horror niño, ¡esa intensidad de Fuego podría matarla!

– ¡Deja que lo decida ella! –El grito de Rei es concluyente. Luego, con más suavidad–. Además, siempre hay la posibilidad de volverla a congelar, ¿no?