Captítulo 7: Fantasmas
Por la mañana Rei, con una de sus espadas, interrumpe parcialmente el hechizo que protege al Templo de las Tinieblas, y el trío puede entrar en su recinto.
– Buen escondrijo –admite el joven–. Desde fuera ni siquiera se ve. ¡Pero fijáos en lo que oculta!
Es una estructura negra casi cúbica, de una sola planta y, contrariamente a lo que sería normal, de piedra. Sin ventanas, ni adornos arquitectónicos, ni escalones, ni nada que llame la atención, salvo su forma, sustancia y color.
– Esencia desnuda –concluye Jabi, tras observarlo–. Este edificio se hizo para servir de sorporte a algo tan oscuro como genuino.
– ¿Y crees que aquí encontraremos algo sobre los horrores Bariri? –añade pragmáticamente Koga.
– “Horrores legendarios capaces de convertirse, física y áuricamente, en el humano al que escoja”, dice la enciclopedia –responde ella–. Tengo entendido que aquí se guardan los libros más antiguos y obsoletos, y también los más peligrosos. No se me ocurre en qué otro lugar podríamos encontrar una leyenda.
– Zaruba –Rei se vuelve hacia el anillo de Koga–, aquí es donde Barago encontró el libro que lo perdió, ¿verdad?
– En efecto.
– Mirad.
Jabi señala a una placa metálica adherida junto al dintel de la puerta, grabada con el texto: “Honorables visitantes, cuidáos de los espíritus de los que aquí se quedaron”.
– A ver si resultará que es un cementerio o un lugar maldito–. Tal idea parece divertir a Rei, pero no merece la consideración de sus dos compañeros.
Cruzan el umbral, y se hallan en un pasillo con algunas puertas. El techo es invisible. Al fondo, sus ojos entrenados a la oscuridad ven una sala.
– ¡Fijáos! –Jabi se precipita hacia allí–. ¡Es un auténtico santuario! –Cuando Koga y Rei llegan añade:– O, almenos, lo fue en algun momento.
En el medio hay una plataforma elevada, el lugar donde el sacerdote hacía su trabajo. Jabi salta encima con agilidad. El suelo se ilumina.
– Jabi, creo que deberías bajar de ahí –dice Koga– no sabemos para qué servía, y parece que aún funciona.
Ella lo ignora y se pone en actitud meditativa, hasta que se marea y los dos caballeros la bajan.
– ¡Extraordinario! –dice al recuperarse–. He tenido una visión del mundo de los horrores, ¡sé que lo era!
– No vuelvas a hacer una tontería como ésa –la riñe Koga–. No has sido entrenada para ejercer en un santuario.
– ¿Sabes una cosa, Koga? Te estás volviendo más gruñón que de costumbre.
A continuación se reparten por las habitaciones del pasillo. Rei avanza muy despacio en su inspección. Cada paso que da, cada lugar en el que fija sus ojos, le muestran un libro insólito, un artefacto curioso o un saco con sustancias aparentemente desconocidas. Le cuesta trabajo concentrarse en lo que han venido a hacer.
Jabi se ve de pronto atrapada por los arcaicos objectos que, en su momento, debieron ser útiles. Reconoce a algunos y deduce el uso de otros, pero unos pocos son un enigma para ella. Se siente tentada de llevarse consigo uno de ellos para estudiarlo en sus ratos libres, pero acaba guardándose entre los pliegues de su amplia falda el libro que estaba junto a él, titulado El Santuario de las Tinieblas.
Koga sabe lo que busca y pone toda su atención en ello. Lee títulos y abre armarios sin que nada logre distraerle. Hasta que un libro cae justo a sus pies. Se vuelve en busca de la causa del inesperado aterrizaje, sin éxito. Comprende que el libro lo busca a él. El recuerdo de lo que le pasó a Barago en este lugar lo invade, a pesar de lo cual lee el título: Ataque y Protección Avanzados. Lo ojea, curioso, pero pronto sus dedos fuerzan la detención en una de sus páginas, la cual lee con avidez. Hasta que oye la voz de Jabi.
– ¡Lo encontré!
Koga se guarda el libro en un bolsillo interior de su gabardina y acude junto a ella.
* * *
Veinticuatro horas después Jabi y Rei tratan de entrar en casa de Koga, pero nadie acude a abrir la puerta.
– ¿No quedamos en reunirnos a esta hora?
Rei no responde, pero saca un alambre de dentro de su gabardina negra y lo introduce en el paño de la puerta.
– ¿Por qué no me sorprende que sepas hacer ésto?
Jabi muestra una sonrisa pícara al preguntar, pero Rei no parece encontrarlo divertido.
– Si mi padre hubiese llegado a enterarse –comenta– me las habría cargado.
Un “clic” señala la apertura de la puerta. Entran. Sobre la mesita del amplio vestíbulo hay un sobre, y la carta que al parecer contenía se halla en el suelo. Rei la recoge para dejarla en la mesita. Pero un casual vistazo a su contenido lo hace pararse en seco a leerla.
– ¡Será estúpido! –exclama, llamando la atención de su compañera–. Ha sacado a Kaoru del hospital y se la ha traído, ¡con la oposición explícita del médico!
– No sé por qué te extraña. ¿Qué iba a poder hacer el médico?
– Para empezar, si ella permaneciese allí, él se distraería menos. Además, ¿para qué darle el alta si aquí tampoco podemos hacer nada por ella?
Jabi encoge los hombros.
– Está enamorado. No le des más vueltas.
El joven caballero sacude la cabeza, incrédulo, pero Jabi ha dejado de hacerle caso y se dirige hacia el salón.
– Pero qué...
Ella se precipita dentro de la estancia y Rei acude enseguida.
Una extraña escena. Kaoru, sentada en un sillón, hierática. Rígida. Delante de ella, en el suelo, Koga parece haber sido dejado donde y como cayó.
Jabi no puede despertar a Koga. Desvitalización extrema, dictamina tras haber tocado su débil aura con una mano.
Sorprendido porque Kaoru parece ajena a todo cuanto sucede a su alrededor, Rei pretende sacudirla en un brazo, pero aparta la mano con un grito. Se la acuna, su cara contraída por el dolor.
Jabi aparta su atención de su amigo de la infancia. La mano de Rei está extrañamente pálida, hinchada, y sigue doliéndole. Ella la toca. Dura como una piedra. Se vuelve hacia la muchacha del sillón.
– Algún tipo de energía la rodea. ¿Qué es ésto?
La sacerdotisa advierte que hay un libro de tamaño mediano en el suelo. Uno muy antiguo. Lo recoge.
– Ataque y Protección Avanzados –lee, y lo ojea–. ¿Qué te apuestas a que lo encontró en el Templo de las Tinieblas?
– ¡Está loco!
Rei empieza a notar cómo su mano dañada se ablanda, volviendo poco a poco a la normalidad. Por su parte, Jabi ha encontrado un papel blanco, a todas luces moderno, entre las páginas del libro.
– Ésto es lo que ha hecho: un escudo de tiempo –concluye, tras leer la página marcada.
– ¿Un qué?
– Un hechizo capaz de aislar a un ser o cosa en un cápsula donde el tiempo se ha detenido, dice aquí.
Rei, sacudiendo su mano casi reestablecida, mira al inconsciente Koga, con cierto grado de admiración.
– Así que, a pesar de todo, ha logrado protegerla.
Jabi, que no ha apartado sus ojos de la lectura, añade:
– Pero la fuerza que ha invocado ha tenido que pasar a través de él para poder ser dirigida, y mucho me temo que puede haberle dañado.
– Sabía que algo no iba bien. Ha perdido la consciencia de sus límites.
– Nunca los ha tenido realmente –comenta Jabi, sentándose junto al joven del suelo–. Koga ha vivido en el filo del destino, manteniéndose en equilibrio, nunca ambicionando más de lo necesario. Pero ha perdido su unión con su corazón, y por tanto, ahora es un hombre entre las fauces de ese mismo destino.
– Su debilidad ha transformado su amor en obsesión.
– Calla. Éso ha sonado como un epitafio.
– ¿No quedamos en reunirnos a esta hora?
Rei no responde, pero saca un alambre de dentro de su gabardina negra y lo introduce en el paño de la puerta.
– ¿Por qué no me sorprende que sepas hacer ésto?
Jabi muestra una sonrisa pícara al preguntar, pero Rei no parece encontrarlo divertido.
– Si mi padre hubiese llegado a enterarse –comenta– me las habría cargado.
Un “clic” señala la apertura de la puerta. Entran. Sobre la mesita del amplio vestíbulo hay un sobre, y la carta que al parecer contenía se halla en el suelo. Rei la recoge para dejarla en la mesita. Pero un casual vistazo a su contenido lo hace pararse en seco a leerla.
– ¡Será estúpido! –exclama, llamando la atención de su compañera–. Ha sacado a Kaoru del hospital y se la ha traído, ¡con la oposición explícita del médico!
– No sé por qué te extraña. ¿Qué iba a poder hacer el médico?
– Para empezar, si ella permaneciese allí, él se distraería menos. Además, ¿para qué darle el alta si aquí tampoco podemos hacer nada por ella?
Jabi encoge los hombros.
– Está enamorado. No le des más vueltas.
El joven caballero sacude la cabeza, incrédulo, pero Jabi ha dejado de hacerle caso y se dirige hacia el salón.
– Pero qué...
Ella se precipita dentro de la estancia y Rei acude enseguida.
Una extraña escena. Kaoru, sentada en un sillón, hierática. Rígida. Delante de ella, en el suelo, Koga parece haber sido dejado donde y como cayó.
Jabi no puede despertar a Koga. Desvitalización extrema, dictamina tras haber tocado su débil aura con una mano.
Sorprendido porque Kaoru parece ajena a todo cuanto sucede a su alrededor, Rei pretende sacudirla en un brazo, pero aparta la mano con un grito. Se la acuna, su cara contraída por el dolor.
Jabi aparta su atención de su amigo de la infancia. La mano de Rei está extrañamente pálida, hinchada, y sigue doliéndole. Ella la toca. Dura como una piedra. Se vuelve hacia la muchacha del sillón.
– Algún tipo de energía la rodea. ¿Qué es ésto?
La sacerdotisa advierte que hay un libro de tamaño mediano en el suelo. Uno muy antiguo. Lo recoge.
– Ataque y Protección Avanzados –lee, y lo ojea–. ¿Qué te apuestas a que lo encontró en el Templo de las Tinieblas?
– ¡Está loco!
Rei empieza a notar cómo su mano dañada se ablanda, volviendo poco a poco a la normalidad. Por su parte, Jabi ha encontrado un papel blanco, a todas luces moderno, entre las páginas del libro.
– Ésto es lo que ha hecho: un escudo de tiempo –concluye, tras leer la página marcada.
– ¿Un qué?
– Un hechizo capaz de aislar a un ser o cosa en un cápsula donde el tiempo se ha detenido, dice aquí.
Rei, sacudiendo su mano casi reestablecida, mira al inconsciente Koga, con cierto grado de admiración.
– Así que, a pesar de todo, ha logrado protegerla.
Jabi, que no ha apartado sus ojos de la lectura, añade:
– Pero la fuerza que ha invocado ha tenido que pasar a través de él para poder ser dirigida, y mucho me temo que puede haberle dañado.
– Sabía que algo no iba bien. Ha perdido la consciencia de sus límites.
– Nunca los ha tenido realmente –comenta Jabi, sentándose junto al joven del suelo–. Koga ha vivido en el filo del destino, manteniéndose en equilibrio, nunca ambicionando más de lo necesario. Pero ha perdido su unión con su corazón, y por tanto, ahora es un hombre entre las fauces de ese mismo destino.
– Su debilidad ha transformado su amor en obsesión.
– Calla. Éso ha sonado como un epitafio.
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