divendres, 12 de març del 2010

GARO Fanfic – Regreso de los exiliados, 11


Capítulo 11: Ordalía vital


– ¡Koga!

El joven rodeado por los Bariri que se esfuerza por proteger a la inconsciente Kaoru ve llegar, de reojo, el blanco resplandor llameante del Caballero Dan. Es su oportunidad. Toma el cuerpo de su novia en brazos y, protegido por su colega como antes lo hiciera él mismo con ella, consigue entrar en la casa.

Los horrores se detienen y se reunen a discutir.

Koga deja el cuerpo de Kaoru en el sofá y le pide a Jabi que la atienda.

– Una simple conmoción, nada importante –diagnostica la sacerdotisa. Se vuelve hacia él–. Pero no puedo decir lo mismo de ti.

Entonces Koga advierte la grave mirada de sus cuatro compañeros.

– No me pasa nada. Vayamos a fuera antes que se reorganicen.

– Tú no vas a ninguna parte.

Koga da un par de pasos en dirección a Tsubasa.

– No vamos a volver a pasar por ésto, ¿verdad?

Pero no hay desafío alguno en los ojos de su colega, sólo un leve suspiro mueve su pecho. Rei interviene.

– Mírate al espejo.

Éso es algo que Koga ha evitado desde que volvió a la casa. En su preocupación por Kaoru, había logrado olvidar sus quemaduras, las cuales ahora parecen estar despertando.

– Hazlo –insiste el caballero de la gabardina negra.

No puede escapar de la implacabilidad de sus compañeros. Despacio, arrepintiéndose a cada paso que da, se acerca al fatídico espejo de la cómoda del comedor.

Ampollas pequeñas y grandes, algunas zonas de la piel ennegrecidas y algunas con piel desprendida en su cara lo saludan. Se contempla las manos. Buena parte de sus ampollas se han rebentado por el uso de la espada y por traer a Kaoru en brazos, algunas han sangrado. Sabe que no debería haber mirado: ahora su dolor aumenta.

Silencio absoluto.

Poco después, Jabi, Tsubasa, Rei y Akane empiezan a hablar entre ellos que los dos lanzallamas están listos; que lástima que no hayan podido probarse antes; que los caballeros irán con espada porque los horrores huirán del Fuego y la batalla no terminaría nunca; que las sacerdotisas manejarían los lanzallamas contra los heridos; que su alcance es de casi tres metros; que...

Cuanto más hablan, cuanto más lo ignoran, más le duelen sus heridas.

Oye como los otros se van. No sabe qué hacer consigo mismo. Su mundo se derrumba.

Ha fracasado como Caballero Makai.

Después de unos momentos dedicados unicamente a contemplar la magnitud de la catástrofe, duda que pueda llegar a salvar algo.

Un movimiento en el sofá. Kaoru. ¿Cómo va a poder mirarla a la cara ahora? ¿Cómo podrá mirar a nadie?

– Koga.

Él la mira, aún sin moverse de delante del espejo.

– ¿Cómo estás?

– Me duele la cabeza.

– Te recuperarás.

– Gracias a ti. Una vez más.

Su bella sonrisa lo conmueve, no cree merecerla. Ni merecerla a ella.

– Gracias a mí, estás como estás.

Kaoru se incorpora en el sofá para sentarse.

– Jabi dijo que después de la batalla...

– No debiste haber aceptado su oferta –la interrumpe él.

– ¿Por qué?

Dulce, se dice él, desesperándose. ¡Qué dulce! No puede él seguir hablándole con su habitual brusquedad.

– En tu estado actual, la exposición al Fuego tiene que ser mucho mayor.

– Pero cruzar la sangre no es menos arriesgado.

– ¡Es un método de eficacia probada!

Su estallido impone silencio a la muchacha. Luego, se levanta tambaleante. Se acerca a él, situándose a su espalda. No habla en seguida.

– Perdóname.

La sospresa hace que él vuelva un poco la cabeza hacia atrás.

– Me sentía furiosa porque no estuviste ahí cuando me atacó el horror. Te culpaba de mi desgracia, a pesar que sabía que no tenías forma de preveerlo.

Es mi responsabilidad protegerte, replica él para sí. Fallé. Y sigo fallando.

– Ni siquiera me planteé –prosigue Kaoru– la posibilidad que tú estuvieses sufriendo por mi causa.

Ya no sólo mi cuerpo quemado, sinó también mi corazón, proclaman a gritos lo débil que he llegado a ser. ¡Hasta Kaoru se ha dado cuenta! Ya no sirvo para nada. Sólo una cosa queda por hacer: ofrecer mi vida.

– Deja que cambiemos la sangre.

Oye un muy profundo suspiro a su espalda.

– Escucha, Koga, és suficiente con que uno de los dos arriesgue la vida. Tu trabajo es muy necesario: eres Garo.

Ya no lo soy, piensa él cerrando los ojos con fuerza. Pero ella no ha terminado de hablar.

– Yo soy la más prescindible aquí.

Los ojos de Koga se abren con una brusquedad que desmiente la terrible lentitud con que se gira para enfrentarla.

– ¡Sabes que éso no es cierto!

Escupe las palabras como si de una maldición se tratara. Una más. Contra sí mismo. Pero es a Kaoru a quien ha intimidado, y se queda muda.

Después, ella mira al suelo y se disculpa.

– Es que no soporto la idea de que te arriesgues innecesariamente.

Ella levana la mano como para tocar el rostro de él, pero lo piensa mejor.

– Oh, debe dolerte mucho.

– No duele.

Sinceramente él cree que su tacto sólo puede ser un bálsamo. Su silencioso ruego es escuchado alto y claro por Kaoru.

La mano se posa levemente sobre la mejilla lesionada. Una ampolla se revienta y su transparente contenido humedece la delicada mano, deslizándose con rapidez por el cuello de Koga. Pero no les importa.

– No quiero que pongas en peligro tu vida si puede evitarse –repite ella–. Ni siquiera por mi. Yo también te necesito. ¿Puedes entenderlo?

Es lo mismo que él le dijo a ella tiempo atrás, ¿cómo no va a entenderlo?

Koga lo ha olvidado, pero es así como son las cosas. Ambos, como individuos, son vulnerables, pero su lazo es fuerte, forjado con vida, con sangre y con muerte. Nada puede dañarle de veras mientras el vínculo exista. Se hundió cuando creyó que Kaoru le había abandonado, pero no era cierto. Había estado viviendo una ilusión absurda que le había arrastrado hasta la casi destrucción. Su verdadero ser nunca le abandonó, sólo dejó de creer en él.

Ya basta.

Él es Garo, es fuerte, es un destructor de horrores y por ello los Bariri serán eliminados. Y por el lazo que lo une a Kaoru, sabe que ella sobrevivirá.

La sutil sonrisa que juguetea en sus labios se refleja, multiplicada por diez, en los de ella. Se toman las manos, con fuerza, reafirmando el poder de su vínculo.

Cristales rotos.

Un horror ha atravesado la ventana, uno que tiene una antena a medio regenerarse. Koga coge su espada y se coloca entre el Bariri y Kaoru en guardia.

– ¿Otra vez tú? Aquí no hay nada para ti.

Algo parecido a una carcajada llena la sala. El ser de otro mundo es claramene excéptico, y Koga lo comprende. Sabe que son presas fáciles: él, incapaz de ponerse la armadura, y ella, enferma. Lo que el horror no sabe es que cuando el corazón es fuerte, la debilidad del cuerpo es secundaria.

Ataca, y de poco que no le cercena la otra antena. El horror las encoge y dobla de tal forma que parece llevar un sombrero extraño, y lo acosa con patadas, zarpazos y saltos.

Kaoru se aleja para dar mayor libertad de movimiento a Koga. Éste deplora profundamente no poder vestir su armadura. Volverá a lograrlo, pero ahora sólo puede ambicionar herir a su enemigo con ayuda de su espada. En realidad, son pocos los horrores que pueden ser eliminados sin recurrir a la armadura, por ello los Caballeros Makai deben ser capaces de invocarla y vestirla. Si pudiera apartarse lo suficiente para encender su espada... pero duda que su adversario le conceda el segundo y medio que necesita. Le está ganando terreno.

De reojo, ve que Kaoru ha tomado el lanzallamas que las sacerdotisas están adaptando para curarla a ella. Tiene una boca muy corta, pero con tanta anchura como un cuerpo humano. Empieza a imponer una dirección precisa en el combate, hasta que el Bariri queda al alcance del lanzallamas, el cual es mucho menor que los que están usando sus compañeros a fuera, pero Koga aprovecha la sorpresa y el dolor del Bariri para cortarle ambas antenas a ras de cabeza, cosa que parece casi imposibilitarlo. Y Kaoru lo baña con el Fuego.

La pareja se sonrie, satisfecha por lo que ambos han conseguido. De pronto, la cara de Kaoru muestra una sorpresa que medio alarma al joven.

– ¡Tu piel!

Él se pregunta si se le estará cayendo a tiras, pero ella lo arrastra frente al espejo para obligarlo a contemplarse otra vez. Las quemaduras están desapareciendo, tan mágicamente como llegaron.

La felicidad de Kaoru la hace lanzarse a sus brazos, y la de él, apartarla lo suficiente para besarla.