Le habría gustado pensar que había sido una experiencia celestial, y casi lamentaba que no hubiese sido así. La verdad és que todo era muy terrenal, muy real. Como real había sido ese cuerpo que la había inmovilizado todo el rato. Como también era real que su furia había sido abducida por un beso; un beso asímismo tan real que se había impuesto incluso a cualquier pensamiento y que, encima, le había dejado una sensación de pérdida en cuanto se terminó. Sabía que todo ésto debería hacerla estallar en ira, pero carecía de fuerzas, mientras sus ojos intentaban, en vano, captar la expresión en el rostro de él. ¿Por qué lo había hecho, cuando era tan evidente que para él que ella sólo era una carga a la que, sólo Dios sabe por qué extraña razón, se empeñaba en salvar una y otra vez?
- Pero tú, ¿qué es lo que quieres? –se atrevió a preguntar por fin.
Koga no respondió en seguida, y Kaoru no descartó que ni siquiera se dignara a ello, pero lo hizo.
- Lo que quiero, es que no te ocurra nada malo. -El tono suave, casi dulce, de estas palabras, se vio de pronto substituido por otro que ella conocía demasiado bien.- Y por eso vas a regresar a casa conmigo.
Sin mediar nada más se levantó de un salto y tiró con fuerza de una de las manos de Kaoru para hacerla levantarse, cogiéndola tan de sorpresa que se balanceó un poco antes de acertar a ponerse en pie. ¿Por qué tiene que ser tan brusco? No tiene la más remota idea de cómo se trata a una mujer. Pero cuando él tiró de ella para obligarla a andar de regreso a la casa, su enfado volvió.
O sea que ha descubierto una nueva arma para someterla, y la había utilizado con éxito evidente. Kaoru ya no sabía si estaba furiosa con él o consigo misma por haberse rendido a… ¡a un espejismo! Así que a él le gustaban los espejismos.
- ¡Espera un momento!
Koga se detuvo de repente y volvió la cabeza. Ahora sí le veía la expresión gracias a la luna. Casi parecía temeroso, lo cual la envalentonó aún más.
Ella aprovechó la mano que él le había tomado para tirar ella de él hasta que sus cuerpos casi se tocaron. Le sonrió con dulzura, le cogió la cabeza entre sus manos, disfrutando primero de su desconcierto, y luego de su turbación. Finalmente lo atrajo hacia sí y plantó sus labios sobre los de él. Sólo entrecerró los ojos, y vio como los de él se abrieron de asombro, pero pronto se entrecerraron, y empezó a correponder.
Los brazos de Koga se disponían a rodearla cuando ella puso toda su fuerza en empujarlo de sí. Casi le dio pena su rostro soprendido y desilusionado, como el de un niño al que han quitado un dulce. ¿Le ha dolido? Bien, quizá ahora sepa lo que se siente cuando otro te impone su voluntad.
Pero el rostro de él ya no presagiaba nada bueno. Testarudo como pocos, Koga le agarró la parte superior de su brazo, casi en las axilas, y la obligó a apresurarse hacia la casa, medio empujándola medio arrastrándola. Notaba sus dedos clavándosele dolorosamente, pero su orgullo le impedía gemir ahora. Sin embargo, las lágrimas empezaron a manar de sus ojos sin freno alguno, amparadas por la noche. El tipejo no se había dado por enterado de la lección que ella había pretendido darle; volvía a imponerle su voluntad, una vez más; se sentía zarandeada, y humillada como mujer, como un pastel listo para ser devorado y no precisamente por un horror.
Inmisericorde, él la empujó escaleras arriba, ocasionándole un traspiés. Prácticamente la tiró dentro de su habitación y cerró con un portazo. Desequilibrada por la brusca entrada, Kaoru se lanzó contra el taburete que ella tenía lleno de pinturas y pinceles y cayó al suelo con ellos.
Permaneció en el suelo largo rato. Desaparecida la ira, que se había demostrado inútil para conseguir nada, solo quedaba el llanto de la impotencia, de la incomprensión. ¿Cómo había ido a dar con ese desalmado, al que encima debía agradecimiento por salvarle la vida varias veces? Sin duda habría sido mejor que la hubiese matado cuando se disponía a hacerlo. ¿Por qué había ido a aterrizar en su casa? Peor: ¿por qué su corazón se aceleraba cuando estaba cerca de él?, ¿por qué se sorprendía tan a menudo pensando en él? ¿Por qué le hería el alma el trato que le daba, lo cual sólo merecía desprecio? ¡No podía creer que pudiese haberse enamorado de semejante zopenco! ¡No era posible!
Cuando su corazón logró sosegarse y secado sus lágrimas, se levantó, se dirigió a la ventana y miró al exterior. La luna no era visible desde aquí, pero la oscuridad reinante la arropó y la meció, lo cual resultó un bálsamo reparador para su corazón herido.
* * *
Una oscura forma paseaba por el jardín tratando, a su vez, de aliviar sus propias heridas, sabiéndose rechazado y doliéndole lo que había hecho, pero sin osar arripentirse. Andaba sin rumbo fijo y, a pesar de su aptitud para ver a través de las tinieblas nocturnas, más que cualquier humano corriente, era incapaz de ver nada a su alrededor.
De pronto una luz llamó su atención. Procedía de una de las habitaciones de la casa, en la ventana de la cual se recortaba, nítida, una negra silueta. Se alegró de no poder verle la cara, y de que ella no pudiese ver la suya.
A su vez, la figura de la ventana permaneció inmóvil, tranquilizada también sabiendo que su rostro no sería visto ni tendría que enfrentarse a la mirada del individuo del jardín.
Y así permanecieron largo rato, mirándose sin verse, y sintiéndose a salvo por ello. Y así, con sus voces mentales silenciadas, sus almas se vieron escuchadas por fin, y libres para amar.
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